sábado, 14 de septiembre de 2013

Diada

“Charlotada de cadena humana, desde los puticlubs de La Junquera
hasta la raya de picadores de Vinaroz.” (A. Burgos)

Este texto no trata de política, sino de historia de España. De la historia de una querida región que siempre formó parte de ella, y que algunos aldeanos nacionalistas de pesebre, casposos analfabetos –histórica y culturalmente hablando–, tratan de extraviar de este entramado de tribus y hordas de locos egregios que desde siempre hemos sido, y a mucha honra, los españoles.

Cada año, el 11 de septiembre, Cataluña celebra la Diada [1], elevada a la categoría de fiesta nacional por mor del estatut, como gustan llamar a su acuerdo –centrado siempre en la pela [2]- con el gobierno central. No me parece que sea una fecha de mucho celebrar considerando que un día como este, en el año del Señor de 1714, Barcelona se rendía a las tropas de Felipe V, incorporándose así, como un territorio más, a la Corona de Castilla.

Diada Més que els castellans

Hagamos un sencillo ejerció de memoria histórica, tan al gusto de supuestos progresistas zocatos. Durante el conflicto bélico originado por los desacuerdos en la sucesión al trono de España, el país se partió en dos. Aragón proclamó rey al archiduque Carlos de Austria, mientras Castilla se decantaba por Felipe V, hijo de Luis XIV de Francia. Para evitar que los franceses se convirtieran en el nuevo árbitro de la política europea, Inglaterra, siempre al quite, decidió tomar partido por el austriaco, y el conflicto se internacionalizó.

Tras 10 años de pelea, el cansancio impulsó a los beligerantes a buscar la paz. En 1713, se firmó en Utrech (Holanda) un tratado vergonzante para España: Felipe V veía reconocido su derecho al trono a cambio de renunciar a la corona francesa y consentir la pérdida de los Países Bajos -donde tanta sangre española se vertió en su conquista- y la ocupación de Gibraltar y Menorca por los ingleses.

Cataluña decidió continuar la lucha. Luis XIV envió contra ella un poderoso ejército que puso sitio a Barcelona. Abandonada a su suerte por el archiduque Carlos, la defensa de la ciudad quedó al mando de Rafael Casanova, coronel de la milicia urbana. En agosto de 1714 los barceloneses rechazaron el asalto de las tropas borbónicas. El 11 de septiembre, el ejército sitiador volvió a la carga y Casanova, en evitación de mayores males, se presentó en las murallas con el estandarte de Santa Eulalia -única bandera de Barcelona desde 1588- en señal de rendición. Las puertas de la ciudad se abrieron y allí acabó todo.

Diada Casanova herido1714

Ese mismo día, antes de la caída de la arrasada ciudad, Casanova había firmado una proclama dirigida a los barceloneses, como el grito desesperado de un patriota español. A él se brinda la ofrenda floral de la Diada, memoria melancólica de una derrota. En Cataluña se oculta cuidadosamente este manifiesto, del que rescato un par de párrafos: “Se hace saber que esta ciudad, en la que hoy reside la libertad de España, está expuesta a verse abocada a una extrema esclavitud. […] Se confía en que todos, como verdaderos hijos de la patria, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de España”.

Dice mi mujer que le parece magnífico rendir homenaje a la memoria de este hombre. Insinuar, siquiera, que Casanova luchó por la independencia de Cataluña o que tuvo algo que ver con el nacionalismo catalán es, simplemente, falsear la historia.

Manipular la dignidad de un pueblo.


IMÁGENES: Arriba, una frase del poeta catalán Joan Maragall: “Somos más españoles que los castellanos”. Abajo, Casanova herido mientras alentaba a la defensa de Barcelona, pintura de F. Blanch. 

Documentos de referencia para esta entrada: (i) el texto “La caída de Barcelona y la abolición de la Generalitat”, (ii) la web oficial de la Generalitat de Catalunya –plagada de inexactitudes, medias verdades y gruesas mentiras–, (iii) “La Diada, homenaje a un español”, de Jaime Ignacio del Burgo, (iv) “Historia total de España”, de Ricardo de la Cierva,(v) “Síntesis de la historia de Cataluña”, de Ferrán Soldevila y (vi) el Tratado de Utrech que, armándome de paciencia, he leído completamente.

[1] Díada, término acuñado por el sociólogo alemán Georg Simmel (1858-1918), en su investigación sobre la dinámica de pequeños grupos sociales. ¡Qué casualidad!
[2] Pela, f. coloq.
peseta (moneda española).

sábado, 31 de agosto de 2013

Turismo en Arabia Saudita

Dedicado a mis amigos de Zartravel,
la mejor agencia de viajes del mundo mundial.

Arabia Al-Ula

Atenta a no enredar sus pies en los pesados pliegues de su larga abaya, la turista francesa Violette de Dorville asciende cuidadosamente por la majestuosa escalera de piedra de peldaños suavizados por siglos de uso. Le gustaría llevar un modelito más acorde con su personal estilo. Sin embargo, los amigos de su esposo, Monsieur Dorville, conocedores de la ley y la tradición del país, le han facilitado la abaya que viste ahora, la túnica negra y fea que las mujeres todas están obligadas a soportar, no vaya a ser que a los fogosos súbditos del rey Abdelaziz al-Saud se les desmadre la libido –impulso y raíz de las más variadas manifestaciones de la actividad sexual– y tengamos un disgusto.

La penosa ascensión a la cima de la magnífica ciudadela del siglo XIII se ve recompensada con la visión de un panorama impresionante. Abajo, la ciudad amurallada de Al Ula, un laberinto de casas de piedra y estrechas callejuelas en perpetua sombra, rodeada del verde vegetal de los huertos de palmeras datileras –la fruta del paraíso–. Más allá, un macizo de rocas rojizas tiñe el atardecer de memorables colores. Entretanto, aupado en el alminar de la mezquita, el muecín llama a sus fieles a la última oración del día con la misma turbadora cantinela empleada desde los tiempos del profeta. Solo falta un genio bigotudo y una alfombra low cost para transportarnos al mundo mágico de las mil y una noches.

Arabia madain-saleh7

En menos de 20 minutos se llega a Madain Saleh, prodigiosa ciudad nabatea tallada en piedra arenisca, patrimonio de la humanidad según la Unesco, con más de un centenar de tumbas de los siglos I y II escavadas en la roca y un intrincado diseño de pozos de agua, excelentes ejemplos de la genialidad arquitectónica e hidráulica de aquella gente. Entre Al Ula y Madain Saleh, el viajero puede admirar un dilatado panorama de surrealistas formaciones rocosas, magenta y oro, talladas y torturadas por el simún abrasador que llega de las dunas.

“Nunca me hubiera imaginado encontrar lugares tan bellos en Arabia”, afirma Madame Dorville quien, sin embargo, hubiera preferido recorrer a su aire todas estas maravillas, conduciendo un vehículo alquilado. No hay una ley que indique expresamente que las féminas no puedan conducir, pero la realidad es que, tradicionalmente, la policía religiosa lo ha impedido. Arabia Saudita representa una de las visiones más rigoristas del islam. Varias conductoras han sido detenidas y liberadas solo después de firmar un documento prometiendo que no lo volverán a hacer. Otras, como Shayma, fueron sentenciadas a recibir diez latigazos, aunque su condena fue revocada por el soberano en el último momento.

Arabia abaya madain

Las mujeres que apetezcan solazarse en las turquesas aguas del mar Rojo, los oasis perdidos en la inmensidad del desierto árabe o las antiguas fortalezas de los tiempos de Abraham, no van a tener más remedio que escrutar posibilidades de viajar junto a un esposo complaciente o buscarse un Monsieur Dorville cualquiera que las acompañe –si es apuesto, gentil y con plata, mejor– o aprovechar la visita a un amigo saudí, si lo tienen. No hay visados de turismo.

Frustrante, dice mi mujer, pero comprensible. Con casi 300.000 millones de dólares de ingresos anuales por la venta de petróleo, ¿quién habría de preocuparse de estas minucias...? Sin embargo, la monarquía ha mostrado ciertos signos de apertura creando una oficina para promover el turismo "arqueológico y cultural" en grupos más o menos organizados.

Arabia Saudita no duda en abrir sus puertas a cinco millones de piadosos peregrinos a la Meca cada año, pero muestra un firme “no molestar” a los turistas extranjeros. Literalmente: We are just not that into you que, más o menos, viene a decir “para nosotros no eres tan importante.”

No problem: “Siempre nos quedará París.”


IMÁGENES: Arriba, ruinas arqueológicas de Al Ula, capital del antiguo reino dedanita, con más de 2000 años de antigüedad. Centro, acceso a la construcción de Madain Saleh, vetado en estricto cumplimiento de la orden de Mahoma de no entrar allí salvo llorando y en ayunas. Según el Corán, la tribu que habitaba la zona  fue exterminada por matar un animal divino creado (?) por el profeta Saleh. Abajo, visitante femenino luciendo el modelito reglamentario.

sábado, 17 de agosto de 2013

Gramadoelas

Huele a madera y a pimienta. Los objetos se amontonan como en un desván, una suerte de almoneda africana salpicada de recuerdos británicos, holandeses y franceses. Retratos de la cantante local Miriam Macheba, lámparas tiffany, cachivaches de ratán, arañas de bronce, vasijas de wengué llenas de arcos y flechas, calderas de cobre, enormes candelabros sobre tapices de colores imposibles...

Todo este caos conforma una extraña elegancia en un lugar irrepetible, un restaurante histórico en el barrio golfo de Johannesburgo al que me aficioné pronto; al restaurante y al barrio. Toda la tradición sudafricana, platos holandeses, hugonotes, ingleses o zulúes: curris, pastel de carne, calabaza asada, sopa de cordero, langosta, dados de cocodrilo, abadejo con salsa de coco, aguacate con biltong –carne seca muy especiada–, filetes de avestruz y el aperitivo imposible para muchos blancos, orugas del mapani a la plancha, con tomate o con mojo picante.

Grama resto

Nunca faltó en el Gramadoelas el mejor vino del país para acompañar tanto lujo. “Dios sea loado, ha fluido por primera vez el vino de la uva del Cabo", dicen que dijo, en 1659, un tal Van Riebeeck, fundador de la factoría de avituallamiento de la Compañía de las Indias en Cape Town, convencido de que aquellos caldos –únicos como el steen, el colombard blanco o el cinsaut tinto–, reducirían los casos de escorbuto entre sus marineros.

El libro de visitas del Gramadoelas resplandece de nombres famosos. Por allí pasaron Mandela, la reina de Inglaterra, los Clinton, medio Hollywood, David Rockefeller y yo. De entre todos, dicen que nadie como Catherine Deneuve: "Viajó a Joburg a inaugurar un nuevo edificio de la Alianza Francesa que estaba justo al lado y le encantó el restaurante. Lo visitaba todos los días. Bellísima. Una mujer fascinante”.

Grama orugas

Brian y su socio Eduane, con quienes compartí alguna tarde mesa y amarula, abrieron su Gramadoelas –que en afrikáner significa “lugar remoto”– a finales de los sesenta, en un Johannesburgo difícil en una Sudáfrica partida en dos. Al igual que los restaurantes: los había para blancos y para negros. Brian bebe un trago y posa el vaso, con cierto orgullo, sobre una bandeja con motivos árabes: "Nosotros fuimos los primeros que permitimos la entrada de negros en nuestro local".

“Cuando, de manera excepcional, queríamos servir a gente negra o mulata debíamos llamar a Pretoria para pedir permiso”, recuerda Eduan. “En una ocasión tuvimos una reserva de un grupo de políticos estadounidenses, algunos de ellos negros. Problemas con el teléfono nos impidieron contactar con el gobierno para solicitar el consentimiento, así que nos aventuramos a probar suerte. La policía no intervino y a partir de aquel día decidimos que podía entrar todo el mundo. Muchos eran amigos nuestros. Otros venían de lejos a comer aquí. ¿Qué ibas a decirles…? ¿Quédese usted en la puerta que aquí solo entran blancos…? No pasó nada. El país empezaba a cambiar, supongo. Nosotros no éramos más que un restaurante".

Grama decor

La vida de este mítico local se apagó recientemente con la muerte de Brian a consecuencia de la brutal paliza que recibió durante el asalto a la casa que compartía con su socio. Solo y adolorido, Eduane decidió cerrarlo no sin lágrimas en los ojos y sin ocultar su orgullo por todo lo que consiguieron juntos. La impresionante colección de muebles, cubertería y objetos decorativos antiguos del restaurante fue subastada allí mismo a finales de julio. Amarga fecha para quienes tuvimos el privilegio de conocer y disfrutar del Gramadoelas.

Concluyo con unos versos de Espronceda: “¿Por qué volvéis a la memoria mía, tristes recuerdos del placer perdido…?”.


IMÁGENES: Arriba, la variopinta mesa del buffet. Centro, orugas del mapani con tomate. Abajo, alacena.

El Gramadoelas se ubicó junto al popular Marker Theatre, en la plaza del mismo nombre, en el Newtown de Johannesburgo.

sábado, 3 de agosto de 2013

La riqueza de la lengua castellana

Revisando el contenido de una antigua memoria USB encontré esta fotografía de uno de los 90 toros de Osborne, buque insignia de la bodega del mismo nombre y alegoría de 14 metros de altura que desde 1956 publicitó el brandy Veterano por las carreteras españolas. Un nuevo reglamento de circulación decidió suprimirlos, pero la presión de varias comunidades consiguió mantener en pié algunos de ellos. En 1997 el Tribunal Supremo los declaró patrimonio cultural y artístico –por lo tanto, intocables– una vez desprovistos de su mensaje publicitario, claro.

torodeosborne

Por una extraña o no tan extraña asociación de ideas, vistos los atributos del animal, he recuperado un viejo texto que, dice mi mujer, se entregaba a los alumnos extranjeros del programa Erasmus a su llegada a España, tal vez como el primer desafío para enfrentarse a una lengua única, generosa en matices y sorprendente en significados. Algunos aseguran que es original de Camilo José Cela, quien trata el tema con prodigalidad en su Diccionario secreto. Sea como sea, me parece inteligente y delicioso.


Un ejemplo de la riqueza del lenguaje castellano es el número de acepciones de una simple palabra, como puede ser la muy conocida y frecuentemente utilizada, que hace referencia a los atributos masculinos: "cojones".

Si va acompañada de un numeral, tiene significados distintos, según el número utilizado. Así "uno" significa caro o costoso (valía un cojón), "dos" significa valentía (tiene dos cojones), "tres" significa desprecio (me importa tres cojones), un número muy grande y par significa dificultad (lograrlo me costo mil pares de cojones).

El verbo cambia el significado. “Tener”, valentía (aquella persona tiene cojones), aunque en admiración puede significar sorpresa (¡tiene cojones!), “poner” expresa un reto, especialmente si se pone en algunos lugares (puso los cojones encima de la mesa). También se los utiliza para apostar (me corto los cojones), o para amenazar (te corto los cojones).

El tiempo del verbo utilizado cambia el significado de la frase. Así el tiempo presente indica molestia o hastío (me toca los cojones), el reflexivo significa vagancia (se tocaba los cojones), pero el imperativo significa sorpresa (¡tócate los cojones!).

Alumnos Erasmus

Los prefijos y sufijos modulan su significado; "a" expresa miedo (acojonado), "des" significa cansancio (descojonado), "udo" indica perfección (cojonudo), pero "azo" se refiere a la indolencia o abulia (cojonazos).

Las preposiciones matizan la expresión. "De" significa éxito (me salió de cojones) o cantidad (hacía un frío de cojones), "por" expresa voluntariedad (lo haré por cojones), "hasta" expresa el límite del aguante (estoy hasta los cojones), pero "con" indica el valor (era un hombre con un par de cojones) y "sin" la cobardía (era un hombre sin cojones).

Es distinto el color, la forma, la simple tersura o el tamaño. El color violeta expresa el frío (se me quedaron los cojones morados), la forma, el cansancio (tenía los cojones cuadrados), pero el desgaste implica experiencia (tenia los cojones pelados de tanto repetirlo). Es importante el tamaño y la posición (tiene dos cojones grandes y bien plantados o pequeños y pegados al culo); sin embargo hay un tamaño máximo que no puede superarse (tiene unos cojones como el caballo de Espartero) porque entonces indica torpeza o vagancia (le cuelgan, se los pisa, se sienta sobre ellos, e incluso necesita una carretilla para llevarlos).

La interjección ¡cojones! significa sorpresa, y cuando uno se halla perplejo los solicita (¡manda cojones!). En ese lugar reside la voluntad y de allí surgen las órdenes (por que me sale de los cojones).

Moraleja: A quien buenos cojones tiene, lo mismo le da lo que va que lo que viene.


IMÁGENES: Arriba, el toro de Osborne. En julio de 2005, apareció decapitado el único toro existente en la provincia de Tarragona, con las palabras “puta España” escritas en su cuerpo. El último toro en pié en Cataluña fue derribado en agosto de 2007 por un grupo independentista catalán, por tratarse de una “inmundicia cornuda española” (sic), en nombre de una cultura abierta, europeísta, singular, universal, innovadora, creativa, tolerante, avanzada y cosmopolita –perdonen  si me he dejado algo-. Abajo, alumnas Erasmus interesadísimas en aprender los distintos significados de la palabra que nos ocupa.

sábado, 20 de julio de 2013

La sombra del burro

Cuentan del orador griego Demóstenes que, en una ocasión en la cual los atenienses pretendieron silenciar su discurso en la asamblea, alegó que solo deseaba dirigirles unas muy breves palabras y, cuando guardaron silencio, les relató parte de una fábula de Esopo, más o menos así:

“Un viajero alquiló en verano un burro para ir desde la ciudad hasta Megara. En el centro del día, cuando el sol calentaba con más fuerza, tanto el alquilador como el propietario del burro quisieron ponerse a su sombra. Como esta solamente permitía protección para una persona, se entabló una violenta discusión sobre a cuál de los dos le correspondía el derecho a disfrutar de la misma. El dueño mantuvo que él había alquilado el asno, pero no su sombra. El viajero afirmó que él, con el alquiler del pollino, había alquilado su sombra también”.

Dicho esto, Demóstenes se retiró y, cuando los atenienses lo retuvieron instándole a que contara el resto de la historia, les dijo: “De modo que queréis oírme hablar de la sombra de un burro y, en cambio, cuando os hablo de cosas importantes, no queréis escucharme”.

Entre los fenómenos naturales que el hombre ha sabido convertir en símbolos, ninguno es tan rico en significados como la sombra. Personifica la fuerza oculta o espiritual de las cosas, su aura, el mal, la muerte, lo pasajero, lo imperfecto… Sus formas inestables y siempre cambiantes son una invitación al juego imaginativo y creativo, una inducción a la fantasía… No hay mujer fea a la luz de una vela.

La sombra ha proporcionado a la literatura y al teatro algunas de sus ficciones más memorables, más inquietantes y sutiles. Como una abreviatura de la oscuridad, cada autor y cada época le han atribuido un simbolismo específico. Así, los cuentos de Wilde y Hofmannsthal nos revelan que nuestras sombras son rasgos preciosos de nuestra humanidad. En autores como Pérez Galdós o Gautier la sombra encarna todo aquello que sus protagonistas más temen. El escritor anónimo de El hombre que perdió su sombra, narra las consecuencias que tiene para la sombra, cuerpo del alma, el trato con el diablo.

En el teatro, las sombras representan historias con una fuerte carga fantástica por sus posibilidades de insinuar sin dejar ver, de deformar la realidad. En China cuentan una leyenda que representa para los orientales el origen del teatro de sombras. El emperador Wu-Ti, había perdido a su mujer Wang, hacia quien sentía un amor muy profundo. Incapaz de superar su ausencia, se sumerge en la más completa apatía. En la Corte ensayan modos de devolverle el gusto por la vida, pero ni juglares, bufones o cocineros consiguen hacerle olvidar su tristeza.

sombra

Entonces aparece Sha-Wong, quien se declara capaz de hacer revivir a la bella Wang. Coloca al emperador ante una tela tendida entre dos postes sobre la que –¡oh, maravilla!– emerge suavemente la sombra de su bien amada. Un día el emperador olvida la promesa que hiciera de no tocar la tela. Tira del lienzo y descubre a Sha-Wong agitando una figura de mujer delante de una lámpara. Comprende el engaño y estalla en cólera.

Existen dos versiones para un mismo final: en la primera, Sha-Wong muere decapitado y en la segunda, el emperador rinde homenaje al montador de sombras y le permite que siga con su arte, un constante estímulo para la ilusión, el ensueño y la fantasía.

Dice mi mujer que, cuando te enfrentes a una dificultad, cuando veas un gigante, fíjate bien en la posición del sol, no vaya a ser la sombra de un pigmeo.


IMÁGENES: Arriba, ilustración clásica de la fábula de Esopo. Abajo, “Sombra de mujer”, del fotógrafo Nicolás Vidondo.

sábado, 6 de julio de 2013

Haliéutica, mi vieja amiga

Nunca pensé en un rencuentro, pero la vida es así. Jamás consideré la posibilidad de dar con ella diez años después de haberla abandonado en la isla de Attu, un territorio inhóspito, insufrible y hostil, perdido y olvidado del mundo entre las Aleutians West, la parte más remota del cordón umbilical de más de 300 islas que une Alaska con la península de Kamchatka, en Rusia.

Allá la conocí hace un par de lustros y allí se quedó para siempre, o eso creía yo. Convivimos desde mi llegada a Red Beach con la intensidad necesaria –vodka y caviar, hamburguesa y cocacola– para conocernos a fondo. Omnipresente en aquel áspero territorio, como una deidad menor, decretaba lo que había de hacerse, establecía planes, validaba lo plausible y rechazaba con energía irrevocable lo desatinado.

Bacalao

Tiempo antes, en la Cornell University, –durante el curso que me adiestró sobre las fish inspection regulations en aquel incierto rincón del mundo– me hablaron de ella y de la necesidad de seguir sus pautas, reglas y protocolos para no comprometer la supervivencia de la población que estábamos obligados a proteger. En cuanto descendí de la pequeña Cessna supe que, a partir de aquel momento, mi vida allí habría de regirse por los mandamientos irrevocables de la nueva religión.

Hasta que, una mañana, la presión de aquel infierno –y de aquel invierno– me superó, y deserté de la lucha por mantener los límites impuestos por la haliéutica sobre el total de capturas aceptable y otros parámetros de pesca en aquel mar helado. No la volví a ver. La busqué en el diccionario, pero la RAE no la incluye. La Biblioteca Virtual Cervantes la define como “industrias pesqueras”, y en el Dictionarium Latino-Hispanum de 1827 aparece como “que trata de peces”. ¡Qué injusto!

halieutica

Por pura casualidad acabo de reencontrarla en una librería de viejo en un facsímil del libro Halieutica, publicado en Nápoles en 1689, en el latín de la época, revestida de toda la dignidad que merece. Por ella no han pasado los años. Dice mi mujer que las palabras envejecen con el uso, que van perdiendo color, deslavándose hasta convertirse en una piltrafilla de colada. No es el caso. Lejos de la necia escritura de los messengers, apartada de las cuentas en facebook y twitter y de los correos electrónicos, ha logrado conservar su fuerza primigenia tras sobrevivir en un escenario que, a modo de ejemplo, podría resumirse así:

Las crías de bacalao comen espadines. Los bacalaos adultos comen espadines y arenques. Los espadines y arenques comen huevas y larvas de bacalao. El bacalao, propenso al canibalismo, también devora bacalaos más pequeños. En aguas menos saladas, las huevas del bacalao deben descender a más profundidad hasta encontrar la densidad de sal que les permita quedarse en suspensión. Cuanto más descienden, menos oxígeno reciben y menor es el porcentaje de supervivientes, lo que repercute en las poblaciones de arenques y espadines, que encuentran entonces menos larvas de bacalao con las que alimentarse.

A partir de aquí, la haliéutica, mi vieja amiga, trata de poner orden y mantener un equilibrio entre las necesidades de las tres especies implicadas y el hombre: el más oscuro, implacable y peligroso depredador.


IMÁGENES: Arriba, ejemplar adulto de bacalao. Abajo, portada del libro “Halieutica”, de 1689.

sábado, 22 de junio de 2013

Elegía de los tontos y el poder

En los tiempos del libro del Apocalipsis de San Juan, capítulo sexto, cada jinete tuvo su propio rostro y su propio nombre: la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. Con esos trazos, el universal Blasco Ibáñez escribió, en 1916, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una novela clasificada entre las cien mejores obras literarias del siglo XX.

Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Alberto Durero)De haber vivido en el XXI, el novelista no hubiera dudado en incluir un quinto jinete de innumerables rostros y nombre epiceno colectivo: los tontos con poder. Una masa amorfa que lo invade todo: la empresa, la universidad, las oenegés, la comunidad de vecinos y, sobre todo, la política.

El síndrome de poder de los políticos, es como una droga de orgullo que los aleja de la realidad, los rodea de un halo de mema arrogancia, los vuelve impermeables a la crítica y refractarios a la sensatez. Son más visibles porque están más expuestos a la luz pública: “Hasta ahora, solo los de la familia sabíamos que era tonto. Desde que lo han hecho ministro, lo sabe todo el país”. Ricamente instalados en su poltrona, no sienten el menor remordimiento cuando una pobre mujer se lanza por la ventana en el momento en que la despojan de su casa por culpa de unas leyes manipuladas y probablemente injustas.

Vázquez Figueroa, si no recuerdo mal, dijo algo así como que “cuando se le concede poder a un miserable, el miserable no se vuelve poderoso, es el poder el que se vuelve miserable.” Sustituyan miserable por estúpido y busquen modelo entre los ladronzuelos y sinvergüenzas que se ocultan en mullidos escaños y lujosos despachos, bajo el paraguas protector de las siglas de cualquier partido o sindicato. No se confíen. Un tonto situado en el lugar preciso puede causar un daño irreparable. ¿Les suena…?

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En un delicioso ensayo sobre la estulticia humana, el italiano Carlo Cipolla aporta algunas leyes fundamentales:

1. La posibilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquiera de sus otras características.
2. Tratar con tontos deriva infaliblemente hacia una irremediable pérdida de tiempo, cuando no de paciencia.

Es mejor negociar con una persona lista que con una tonta. Se puede intuir la lógica de una persona inteligente. Con un estúpido, cualquier razonamiento sensato resulta imposible.

Seguirán existiendo por los siglos de los siglos. Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano. En todas las organizaciones hay tontos necesarios para que los listos avivados puedan manejarlas a su gusto. La estructura del poder crea huecos y los reserva para este tipo de personajes que aparecen como imprescindibles a pesar de su mediocridad. Dice mi mujer que no son líderes ni siquiera malvados –que para eso se requiere inteligencia– sino, sencillamente, estúpidos que aprendieron cómo funciona el sistema.

Termino con un par de anotaciones memorables. Una de Frank Lloyd: “Estoy completamente a favor de mantener las armas peligrosas fuera del alcance de los tontos: empecemos con la máquina de escribir.” Y otra, el principio de Peter: “Con el tiempo, todo puesto de responsabilidad tiende a ser ocupado por un estúpido, incompetente para desempeñar sus funciones.”

Jaculatoria: De los tontos con poder, libera nos Domine.


IMÁGENES: Arriba, grabado “Los cuatro jinetes del apocalipsis”, de Durero (1498). Abajo, frontispicio y capiteles del Congreso de los Diputados (Madrid).

sábado, 8 de junio de 2013

Leyendas rusas: la dama de la nieve

Las primeras leyendas rusas debieron surgir mucho antes de que las tribus eslavas, dispersas entre bosques y estepas al norte de los Cárpatos, se consolidaran creando en Kiev –hoy Ucrania– el núcleo de la inmensa nación de los zares.

A diferencia de los relatos de la mitología griega o escandinava, traducidos a la mayoría de lenguas modernas, la narrativa épica de la antigua Rusia no goza de la misma popularidad. Sin embargo, las leyendas rusas poseen una gran riqueza imaginativa, sorprenden por su expresividad y desenlaces inesperados, describen muy bien el mundo interno de los personajes y aportan datos sumamente valiosos sobre la vida y costumbres de los primeros ancestros del pueblo ruso.

Las noches del invierno son largas en la gleba y el frío no concede respiro en los pueblos de la cuenca del Dniéper. Ni rusos ni ucranianos es gente de muchas palabras, pero las lenguas se desatan con el vodka omnipresente en el último claror del día, dispuestos a combatir las horas gélidas de la dilatada oscuridad.

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Hay tres leyendas que me gustan especialmente. Los gigantes de los Urales trata del amor profesado a una campesina por uno de aquellos corpulentos personajes. Matrioska, la muñeca del carpintero Serguei, hueca por dentro, con la particularidad de albergar sucesivamente, en su interior, una nueva muñeca de menor tamaño. La tercera es La dama de las nieves, una leyenda primaria, sencilla y popular, que me dispongo a narrar aquí y ahora, con la esperanza de que la disfruten.

En cualquier lugar perdido a la orilla del río más helado de Europa, donde el frío muerde como un perro rabioso, no resulta extraño que alguien nos relate, al amor de la lumbre, al crujir del fuego, las andanzas de Sgroya, la dama de la nieve, poseedora de poderes venidos de otros mundos y otros tiempos.

dama de la nieve

La leyenda la describe como una mujer joven y bella. Una hermosa devochka bien formada, alta y atractiva, con algunos rasgos poco comunes entre los eslavos: cabello azabache, piel morena y el contraste de unos ojos de increíble verde esmeralda. Se aparece a la vera de los caminos nevados, en las frías rutas de jinetes y caminantes, ofreciéndoles su amor. Una invitación irresistible por la que, de ser aceptada, habrán de pagar un precio muy alto.

Dicen que se vale de todos los recursos de seducción de una fémina para atraer a los hombres: sensual y dulce, atrevida y ardiente, capaz de insinuar placeres nunca imaginados por amante alguno.

Provocado el irreprimible deseo de sus víctimas, despojadas de su voluntad, Sgroya se convierte en hielo arrebatándoles la vida, paralizándoles el corazón con el abrazo letal de su cuerpo congelado. En ocasiones, la dama de la nieve los enamora perdidamente hasta hacerlos enloquecer, abandonándolos luego en la gleba donde acabarán devorados por las manadas de lobos.

Algunos la suponen el espíritu vengador de una mujer ofendida. Otros ven en ella una deidad femenina empleándose a fondo para castigar la conducta de los hombres infieles.

¡Tantos y sin propósito de enmienda!


IMÁGENES: Arriba, la tundra a los pies de los Urales, en los confines de Europa. Abajo, la dama de las nieves.

Existe una película checa de 1985 con título similar, “La dama de las nieves”. Su argumento no guarda ninguna relación con la leyenda rusa.

sábado, 25 de mayo de 2013

Estambul

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Esta ciudad me provoca irremediablemente el síndrome del asno de Buridán, aquella situación paradójica en la que un pollino, que siempre tenía opciones bien diferenciadas para realizar su elección, un día es colocado entre dos montones de heno de tamaño y atributos exactamente iguales. La duda lo llevará a morirse de hambre, incapaz de tomar una decisión racional sobre cuál de los dos montones será su comida. Cambien el burro por un homo semisapiens –yo mismo– y los montones de heno por cualquiera de las maravillas que colman generosamente Estambul y tendrán el cuadro completo.

Mi campo de batalla, hoy, no es competir con el borrico ni con tantas webs dedicadas a Istanbul, Bizancio o Constantinopla, misma ciudad única entre dos continentes, prodigio de contrastes, caos de color, confusión de razas y amalgama de culturas. Lo que modestamente pretendo es trasladar al lector una brevísima perspectiva oblicua –como en los libros de viajes del siglo XVIII– con la cual obtener una visión desacostumbrada de la que fuera capital de tres imperios, haciendo honor a quien honor merece.

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La Mezquita Azul –vidrieras que inventan otra luz–, Santa Sofía, el Gran Bazar, el prodigioso palacio de Dolmabahce o el de Topkapi… son lugares fácilmente accesibles si se elige un hotel adecuado. Los de la Tiyatro Cadessi o calle del Teatro nos sitúan a pasos de la parada del tranvía de Beyazit –no se necesitan taxis con lo que, de paso, se ahorrarán algún cabreo– y a tiro de piedra de todos ellos, del funicular a la plaza de Taksim y del acceso al muelle de Eminönü, desde donde iniciar un paseo en barco –me niego a llamarlo “crucero”– por el Bósforo.

Desde el café de Pierre Loti, en el Cuerno de Oro, al degüello del sol, el tono dorado de sus aguas recuerda el brillo de las joyas de las concubinas del sultán que, una vez caídas en desgracia, eran arrojadas al mar con todas sus alhajas y vestuario. Las mismísimas aguas que cruzó Jasón, con su navío Argo y sus argonautas en busca del vellocino de oro, superando las Simplégades, dos enormes rocas flotantes dispuestas a aplastar todo bajel que osara pasar entre ellas. Una singladura bien aprovechada la de Jasón: conquistó el vellocino ese, que no sé para qué coño lo quería, y se casó con Medea, simplificando la historia.

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Como Ulises, el viajero debe hacer oídos sordos a los cantos de sirena –croar de ranas más bien– de quienes ensalcen la cocina turca. Detrás de algunos extraños nombres se esconden platos corrientitos a base de verduras y carne. El testi kebab es uno de los más curiosos; un guiso que se hace en un recipiente cerámico que se rompe para servir. Los restaurantes de pescado –nada extraordinario tampoco– están al final de la Tiyatro Cadessi, descendiendo hacia la seda del mar del Mármara.

El raki, licor nacional, no es más que un anisado que se mezcla con agua, como la palomita de nuestra costa mediterránea. Si le apetece algo más exótico pruebe la boza, una bebida de densidad apreciable, llegada de Anatolia en el 400aC, que se sirve con garbanzos asados. Sabe como a natillas, nuez moscada y otras especias. El sultán Mehmed IV la prohibió en 1648 por su contenido de opio. Creo que ahora ya no lo ponen.

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El amante de los libros que casi todos llevamos dentro debería darse una vuelta por la Galeri Kayseri, un bookshop frente a la parada del tranvía de Sultanahmet. Es como una legendaria cueva de Alí Babá de la cultura turca. Llévense Portrait of a Turkish Family, de Irfan Orga y, de paso, admiren la escalera interna en espiral, del arquitecto turco Selahattin. Por esta librería, a quien la CNN y Al Jazeera dedicaron sendos documentales, han desfilado todos los famosos que en el mundo han sido, incluyendo el premio Nobel turco, Orhan Pamuk, y los reyes de Arabia Saudita. Y Marichu, y yo, y mis hijos.

Disfruten leyendo despacio estos versos memorables: “Azulejos de ensueño, de verdes y de azules, con el brillo de siglos y de gemas cautivas, tulipanes y ramos, claveles o planetas, dorados laberintos en los que se quedaron los ojos del calígrafo...”

Dice mi mujer que la belleza no está en las cosas, sino en los ojos de quien las mira.


IMÁGENES: Arriba, la ciudad desde el mar de Mármara. Centro, la impresionante Mezquita Azul. Abajo, Palacio de Dolmabahce desde el Bósforo. Más abajo, detalle interior del Gran Bazar. (Fotos de FG).

Los versos finales pertenecen al poema de José Lupiañez “El sueño de Estambul”.

sábado, 11 de mayo de 2013

Memoria rural con vacas

Una buena parte de mi adolescencia transcurrió enredada entre los caminos que serpenteaban por las praderas de mi lluvioso valle. Veredas de tierra y piedras o sencillas calzadas de asfalto o “caminos de hierro del norte de España”, como nos gustaba llamar –jactanciosos– al ferrocarril sin pretensiones que nos unía con la capital de la provincia.

caserío

El caserío de mi abuelo se ubicaba como a la mitad de un camino rural que discurría entre dos carreteras: la de Portugalete o “carretera de arriba” y la de Bilbao o “carretera de abajo”. Nosotros vivíamos en la de arriba. Cada día recorría varias veces ese camino. Unas, en busca de la merienda que me preparaba mi tía Carmen, casi siempre a base de nata con azúcar –¡tiempos cuando la leche tenía nata!– sobre una espléndida rebanada de pan tierno. En temporada, saqueo sistemático de los árboles frutales de mi abuelo. Otras, para subir a casa la leche para el desayuno del día siguiente y, al tiempo, poner en práctica la primera de las leyes de física que me enseñó la vereda.

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El recipiente para la leche era una “lechera” o cántaro de aluminio sin tapa que me gustaba voltear a toda velocidad con el brazo extendido, admirándome de que la leche no se derramara. En alguna desgraciada ocasión el asa resbalaba de mi mano y, roto el equilibrio de fuerzas centrífuga/centrípeta –de cuya existencia no tenía yo ni idea–, la lechera salía volando varios metros antes de estrellarse contra el suelo. Triste final, como en el cuento de Samaniego. Mi padre, escasamente interesado en la evolución científica, solía remunerar mis experimentos con un par de sonoras bofetadas.

La segunda ley que me enseñó el camino –a fuerza de notar y padecer sus efectos reiteradamente– podría expresarse así:

La posibilidad p de que un cuerpo humano c de masa m se estampe
contra el suelo s,
descendiendo a la carrera por un camino de piedras,
es directamente proporcional al cuadrado de su velocidad v, es decir,

ps = mc · v2

Para mitigar los daños del inevitable impacto apenas se requería algo de agua oxigenada y un brochazo de mercromina a cargo de mi tía Mari, salvo en una desgraciada ocasión en la que tuvieron que escayolarme el brazo izquierdo. Después me caí de una higuera y el efecto g gravitacional –puto Newton– me dañó seriamente la rodilla del mismo lado. Más yeso donde escribir las genialidades de la adolescencia, fechar y firmar.

Un sendero perpendicular al camino conducía a “la cuadra”, que así llamábamos al plácido hábitat de un par de vacas holandesas en blanco y negro, opulentas ubres generosas, miembros de la familia. La más tranquila se llamaba “Estrella” y la otra “Lucera”. Dice mi mujer que el abuelo tenía poca imaginación para nombres de vacas.

En aquel establo se guardaba, para los fumadores adultos del entorno, el exiguo tabaco que permitía la “tarjeta de fumador”, una cartilla de racionamiento franquista sutilmente orientada a erradicar del imperio tan abyecta y despreciable lacra social. Nunca tuvo noción mi abuelo de que su nieto más querido hubiera descubierto el escondrijo de su pequeño tesoro: un par de cajetillas de “picado fino superior” –apestoso– y un librito de papel de fumar “zigzag”.

vaca

Ellas fueron, las vacas, cómplices de mi incipiente vicio y testigos de mis humos iniciáticos y de mis primeras toses. El pestilente olor a bosta de vaca impregnado en mis ropas enmascaraba el incienso del cigarrillo. Toda la familia estaba asombrada de mi repentino amor por aquellos animales.

Años después leí que el tabaco era perjudicial para la salud, y dejé de leer.


IMÁGENES: Arriba, el caserío. Centro, “El parasol rojo” de Laureano Barrau. Abajo, una de las vacas del abuelo.

PREGUNTAS:
1. ¿Cuántas tetillas o pezones tiene la ubre de una vaca?
2. ¿Cuántos kg pesa aprox.?
3. ¿Cuántos litros de leche puede albergar? …
Entre los que acierten las 3 preguntas sortearé un ejemplar de mi libro “Amores pájaros” o “Katutura”, a elegir por el premiado.