sábado, 27 de mayo de 2017

Falo impúdico

El camino se inicia a la izquierda de la iglesia de Canfranc-Estación. La pendiente es suave y, casi sin darnos cuenta, ascendemos un par de kilómetros hasta la Fuente del Burro, situada en medio de un espectacular hayedo de montaña.

Allá arriba lo descubrí hace unos años: recto, lujurioso, victoriano, desafiante y vegetal. Me estoy refiriendo al Phallus impudicus, un hongo en forma de pene que algunos se lo comen, otros afirman que su olor produce orgasmos a las mujeres y una hija de Darwin los destruía por libidinosos. Conocida por su puritanismo, bajo su criterio los hongos fálicos debían ser exterminados, tal vez para evitar que su forma obscena o su olor fétido pudieran despertar libidos y pasiones.

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“En nuestros bosques nativos crece una clase de seta que, en latín, tiene un nombre muy grosero”, escribía una nieta del naturalista, en sus memorias autobiográficas. Según el libro, fue su tía Henrietta quien inventó la cacería del susodicho falo: “Armada con una canasta y un bastón puntiagudo, una capa de caza y guantes especiales, olfateaba los caminos del bosque, deteniéndose aquí y allá. Su nariz se crispaba cuando captaba el olor de su presa: con un ataque mortal, caía sobre su víctima, la ensartaba con el bastón y metía el repugnante cadáver en la cesta.” Al llegar a casa, la cazadora lanzaba la recolecta al fuego del salón “con la puerta cerrada, para no perturbar la moral de las criadas”, anotaba su sobrina.

Las similitudes de Phallus impudicus con el miembro viril no son pocas. En su fase madura, la parte superior tiene aspecto de glande y está cubierta por una capa viscosa conocida como gleba. Al licuarse, huele a carne podrida, dado que produce cadaverinas y putrescinas, sustancias estrechamente relacionadas con algunas otras presentes en el semen. Este hedor aleja a los predadores y atrae a las moscas.

Falo 2iCuando el falo es inmaduro, se pueden comer ciertas partes de las capas internas, ya sean crudas o cocinadas. Dicen que saben a guisante y en algunos lugares de Francia y Alemania son consideradas una delicatesen.

El género Phallus se distribuye alrededor del mundo y existen varias decenas de especies, todas con la misma forma. De ahí el nombre científico que las une y su uso como afrodisíaco en diferentes culturas. En Montenegro, por ejemplo, los campesinos untan los cuellos de los toros con estos hongos para dotarlos de más fuerza.

Aun hoy, sus propiedades son motivo de controversia. Científicos de Hawái afirmaron -en un estudio financiado por una compañía farmacéutica con intereses en el mercado del amor-, que el olor de una especie local de Phallus produce orgasmos a las mujeres. Los autores del artículo apuntaron que compuestos de esta seta “podrían tener cierta similitud con los neurotransmisores humanos liberados durante los encuentros sexuales".

Parece como si quisiéramos ver más allá de sus analogías genitales y, si se puede, sacarles algún provecho gastronómico. De momento, más que dudoso.


IMÁGENES: Arriba, el “phallus impudicus” en nuestros bosques. Abajo, ¡oh!

Fuentes: El País, Wikipedia, MushroomExpert y experiencias del autor.

sábado, 13 de mayo de 2017

Lectores

El barómetro publicado recientemente en España por el CIS (Centro de Investigación Sociológica), incluye un largo apartado dedicado a los hábitos de lectura de los españoles. El del vaso medio vacío destacará que el 35% de los españoles no lee “casi nunca” o, directamente, “nunca”. El optimista dirá que el otro 65% lee al menos “alguna vez al trimestre” y que el 30% más aficionado lo hace “todos o casi todos los días”.

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Dos de cada tres encuestados consideran que en España se lee “poco”, una media de unos 10 libros al año. En Finlandia, por citar uno de los países modélicos en este sentido, los libros leídos por habitante al año son 47 mientras que, en el lado opuesto, en Paraguay, la cifra desciende al 0,29, es decir, apenas un tercio de libro. El penúltimo de la lista, solo por delante de Corea del Norte… donde no debe haber mucho que leer.

Con frecuencia, los profesores tratan de inculcar en sus alumnos la afición a la lectura desde la escuela. Lamentablemente, no todos los padres apoyan como deberían a los maestros, estimulando en sus vástagos el apego a los libros y el interés por la palabra escrita. Reconozco que tuve mucha suerte, muchísima, en estos dos ámbitos.

En mi casa donde nací, todo el mundo leía a diario. Uno de mis tíos tenía una librería en un pueblo de al lado y, a falta de bibliotecas, había ideado un sistema de intercambio de libros que nos permitía acceder con facilidad, por un bajísimo precio de alquiler, a casi todos los estilos literarios. Añadan los libros que me aportaba mi tía peluquera, como ya les expliqué.

En el instituto, tuve la buena estrella de contar con un profesor, el Lic. Mendiola, que supo cómo inculcarnos, a una pandilla de alocados jovencitos, un desmedido amor por nuestra lengua y literatura sin olvidar, claro está, la ortografía, la gramática y la importancia de una buena redacción. Un par de veces a la semana, uno de nosotros leía un fragmento literario, en prosa o en verso, y el resto de alumnos debía averiguar el nombre de su autor: Cervantes, Quevedo, Lope de Vega o cualquier otro de nuestro poblado elenco de genios de las letras.

lectores 2La clase podía iniciarse con una lectura como esta: “Si queréis ir allá, a la casa del Henar, salid del pueblo por la calle de Pellejeros, tomad el camino de los molinos de Ibangrande, pasad junto a las casas de Marañuela y luego comenzad a ascender por la cuesta de Navalosa…” A fuerza de practicar, identificábamos al autor con notable éxito. En este caso, Azorín, de quien, por cierto, se cumplen en 2017 los 50 años de su muerte.

Actualmente, para ir a la casa del Henar, no hacen falta instrucciones sobre cómo llegar ni pedir al estudiante que comience a ascender por la cuesta ni que pase junto a las casas de no-sé-quién. No entenderá su necesidad. Sacará su teléfono móvil celular– y, con la ayuda de Google maps y su GPS, se presentará en la casa en un periquete, sin haber vislumbrado nada de la literatura de Azorín. No descubrirá nunca al genio que fue ni su gran valor estilístico ni su forma de escribir tan peculiar. Pero ¿a quién le importa todo esto en un país donde son otras las prioridades, a veces estúpidas, que captan cada día la atención de la gente?

En momentos de incertidumbre y crisis, la lectura debería adquirir mayor protagonismo. “No hay que refugiarse en ella, sino emplear su capacidad para modificar el estado de las cosas”, dice Ángel Gabilondo. Según el filósofo que quiso ser futbolista–, deberíamos utilizar el poder de la lectura para transformar la sociedad. Amén.


IMÁGENES: Arriba, leyendo en el metro (de Nueva York). Abajo, portada de la obra “Castilla”, de Azorín, a la cual corresponde el párrafo entrecomillado a su derecha.