sábado, 30 de septiembre de 2017

La rana que quiso ser buey

Esta es una fábula de Esopo, fabulista griego que cuenta eso:
la historia de una rana que un aciago día pensó que podía ser un buey.
Se trata de una versión adaptada a los tiempos y circunstancias del momento.

Érase una vez una rana llamada Luña [1], cretina, hipocondríaca y algo estúpida, que vivía en la charca de una bonita floresta, al nordeste de un reino soleado y hermoso, cuyo nombre no viene a cuento. Como todas las de su especie, Luña era una rana de color verde rana, tenía la boca grande, como un buzón de correos, y un par de seductores ojos saltones. Vivía obsesionada con las manchas oscuras que salpicaban su piel, que a ella le parecían horribles verrugas.

rana 1Cada mañana salía a la orilla de la charca y se contemplaba en el espejo del agua. Se veía fea. Lo que más odiaba era su tamaño: el hecho de ser tan pequeña le hacía sentirse inferior a la mayoría de los animales. Sorteando unas cuantas piedras saltando, como saltan las ranas, echaba un vistazo a la pradera, donde pastaba plácidamente un viejo buey, y se quedaba un largo rato admirando la imponente figura de la res.

Harta de sentirse insignificante, una tarde de otoño reunió a su pandilla de amigas ranas y mandó que se sentaran todas a su alrededor.

—Escuchadme, chicas: ¡Se acabó esto de ser pequeña! Estoy cansada de ser una insignificante rana. ¡Voy a cambiar! Y vosotras vais a ser testigos de ello.

Pero, ¿cómo lo harás? ¿Acudirás a algún hechicero? Una no puede dejar de ser rana sin más ni más —le regañaron, atemorizadas.

—No, por cierto. Solo voy a utilizar todas mis fuerzas. Soplaré y soplaré, y me inflaré hasta convertirme en un hermoso buey.

Todas sus amigas, que la querían bien, asustadas, trataron de disuadirla por todos los medios de aquella locura. Bueno, todas no. Había dos ranas malas, intrigantes y envidiosas, llamadas Caqueras y Pisdelmón, que la animaban a que lo hiciera. El primero, un animalucho seboso, obsceno, feo y repugnante. El segundo, un rano que quería ser califa [2] y al que, al salir del agua, se le habían enredado en la cabeza unos hierbajos que flotaban en la superficie y, en lugar de rana, parecía una mopa de fregar el suelo. ¡Ah! Y la rana Rufiana, que quería ser impresora láser.

rana 4

El caso es que la rana Luña, ni corta ni perezosa, se concentró, cerró los ojos, y aspiró por la boca todo el aire que pudo, una y otra vez, jaleada por Pisdelmón, Caqueras y Rufiana, hasta que su pequeño y resbaladizo cuerpo se hinchó por lo menos el doble y adquirió forma redondeada que más parecía pelota que batracio. Sus amigas estaban horrorizadas.

Testaruda, se esforzaba en retener cada vez más y más aire hasta que sintió un fuerte dolor en el estómago, reventado por donde debería tener el ombligo. Era el dolor más insoportable que había sufrido nunca, y se desmayó. Sus amigas llamaron enseguida al médico la rana Jajoy—, quien le aplicó un remedio llamado Constitulina 155, en gotas, y se recuperó en pocos días, desapareciéndole de repente las ganas de querer ser buey.

Moraleja: Es inútil intentar cambiar para ser lo que jamás seremos. Mejor respetar las leyes… de la naturaleza.

Y colorín colorado: este cuento el de la rana Luña se ha acabado.


IMÁGENES: Esta vez, sin comentarios.

[1] Los lectores, que no conozcan cómo están las cosas en España, tal vez no entiendan el significado que he querido dar a los nombres de las ranas en ese relato. Lo aclaro:

  • La “rana Luña” identifica a “Cataluña”, una comunidad autónoma española que pretende independizarse de España mediante un referéndum ilegal, no permitido por la Constitución.
  • Con “Caqueras” se identifica al vicepresidente Junqueras del Gobierno autonómico de Cataluña y alma mater de la CUP, un partido catalán antisistema. Es gordo, feo, calvo y barrigudo, y que me perdonen los gordos, feos, calvos y barrigudos de mi lista de queridos amigos y conocidos, que no va con ellos.
  • El nombre correcto de “Pisdelmon” es Puigdemont, presidente del Gobierno autónomo catalán, aspirante a presidir una supuesta república catalana, como si fuera califa de un eventual califato. Lleva un peinado tan ridículo, que hace que su cabeza parezca justamente eso: una fregona de Rodex o mopa de fregar el suelo.
  • “Rufiana” se refiere a Rufián, un grotesco senador populista que apareció un día en el Senado con una impresora bajo el brazo, para teatralizar que los catalanes podrían imprimir desde su casa la papeleta del voto.
  • La “rana Jajoy” hace referencia a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España.
  • Obviamente, “Constitulina” es la Constitución Española, en supuesta forma de remedio antiinflamatorio y antibiótico.

[2] Como “Iznogud”, el personaje de comic creado por Goscinni y Tabary, cuya única obsesión era “ser califa en lugar del califa”.

Fuentes: Mundo Primaria.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Para qué sirve el latín

Para apretar una tuerca, resulta de muy poca utilidad. Para mirarse al espejo y tener una idea aproximada de quién es el gilipollas que nos devuelve una mirada somnolienta por la mañana, tampoco. No cabe duda de que apretar tuercas es necesario, pero conviene saber que la utilidad inmediata de algo es, en ocasiones, lo que menos importa. La utilidad no es lo que da sentido a las cosas que más nos atañen. La utilidad, decía Ortega, “genera cierta satisfacción, pero es un valor incapaz de despertar un sentimiento de respeto o complacencia”.

latin 1Con frecuencia, el conocimiento no tiene una aplicación práctica. ¿Para qué vale saber que “el rapto de Proserpina” es una escultura de Bernini perteneciente al Barroco? ¿De qué nos sirve conocer nuestra historia? No me vale como respuesta “para no repetir los errores del pasado”, porque ¿qué nos faltó por aprender de la Primera Guerra Mundial para que hubiera una Segunda pocos años más tarde?

El conocimiento también es curiosidad, es satisfacción personal por conocer, es imaginación, comprensión… Conocimiento sin más motivo que el conocimiento. Lo grave es pensar que todo ha de tener una utilidad práctica y, sobre todo, mercantil. No tiene un uso diario ni una utilidad práctica, para el común de los mortales, indagar sobre el origen del universo, ni estudiar los agujeros negros. Es discutible la rentabilidad de explorar lunas, como Europa o Titán, o investigar en los secretos de Atapuerca. ¿De qué vale buscar fósiles de dinosaurios, excavar para ver los muros de una civilización perdida o soñar con las estrellas?

latín 3Volvamos al latín. Hace más de medio siglo, José Solís Ruiz, ministro del gobierno franquista, estaba en las Cortes enzarzado en un discurso en torno a una reforma educativa en la que abogaba aumentar el número de horas dedicadas a la educación física —gimnasia— en detrimento del tiempo dedicado al latín.

En uno de los escaños se sentaba Adolfo Muñoz Alonso, a la sazón político y rector de la Universidad Complutense de Madrid. Su visión, obviamente, era contraria a la del Ministro y no estaba por la labor de restar presencia al latín en las aulas. En un momento determinado, Solís dijo: “Porque, en definitiva, ¿para qué sirve hoy el latín?”. A lo que, rápidamente, el señor Muñoz Alonso replicó desde su asiento: “Pues, por ejemplo, señor Ministro, para que a Su Señoría le llamen egabrense y no otra cosa más fea”.

No olvidemos que Solís era natural de Cabra [1], y que, gracias al latín, el gentilicio de los naturales de Cabra es “egabrenses” y no “cabrones”, como apuntaba el rector con agudeza, tino y mala leche.

latín 2Para responder a la pregunta, muchos estudiosos han escrito innumerables artículos que suelen quedarse en lo superficial, resumibles en que sirve para entender la etimología de muchas de las palabras del castellano, que sí, pero no solo. El latín convive con nosotros y es el alma de nuestra lengua, modelo sintáctico y de estilo para su desarrollo. Me parece imprescindible para crecer en nuestra cultura, disfrutar de nuestra literatura —impensable leer a Quevedo, Garcilaso o Góngora sin rudimentos de la retórica latina— conocer nuestra historia, el derecho romano, el alfabeto, la filosofía, la música, la arquitecturaNihil novum sub sole.

En resumen: para no pasar vergüenza.


IMÁGENES: Arriba, capitel de la Opvs Fundatvm Latinitas (1976 – 2012), una institución de la Iglesia católica dedicada al estudio y mantenimiento de los estándares de la lengua latina. Centro, portada de la Grammatica, de Antonio Nebrija, primera obra (1492) dedicada al estudio del español y sus reglas, en el mismo año en el que publicó el Diccionario latino español. Abajo, una frase muy popular, de Séneca.

NOTA: Para los estudiosos que deseen profundizar en este tema, recomiendo la lectura del libro La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, especialmente el capítulo ¿Para qué sirven las lenguas del pasado? También, el manifiesto de Abraham Flexner que acompaña al libro citado: La utilidad de los conocimientos inútiles. Todo un descubrimiento.

[1] Conviene aclarar que a los naturales de Cabra, pueblo de la provincia de Córdoba, se les llama “egabrenses”, por ser esta villa la antigua Egabro romana, y a la que los musulmanes llamaron Qabra, adaptando el nombre Egabro a la lengua árabe.


sábado, 2 de septiembre de 2017

Ecopijos

En la nota de prensa sobre la apertura de un nuevo restaurante leí que en el establecimiento “solo se cocinan productos naturales”. Menos mal me dije—, no fueran a servirme un guiso con ingredientes sintéticos, tipo grafeno o Kevlar o PVC… Luego pensé que las agujas del pino y los murciélagos y las telas de araña y las boñigas de vaca también son productos naturales. Que no te puedes fiar, vaya. Que eso de “natural” encierra mil trampas.

José Miguel Mulet, doctor en bioquímica y biología molecular [1], autor de varios libros sobre el tema [2], sostiene que la alimentación natural no existe, que se trata solamente de una patraña para vender más y más caro. Frutas, verduras y carnes no tienen ni pueden tener el sabor y la textura de cuando la naturaleza los trajo al mundo. Afortunadamente, porque, de ser así, muchos serían incomestibles.

Ecopijos 1

Asegura Mulet que "los productos ecológicos [3] no son ni más sanos ni más sostenibles, solo una novedad supuestamente chic y pretendidamente saludable". Señala que algunos consumidores ecopijos [4] “pagan el doble por un producto que no tiene ningún beneficio adicional" y añade que los controles y la seguridad en los productos naturales es idéntica a la del resto de los alimentos.

Las hortalizas que consumimos, sean de nuestra propia huerta o las que nos venden directamente en los mercadillos de algunos pueblos del agricultor al consumidor—, son muy distintas a las variedades originales. En la naturaleza, una berenjena está llena de espinas, tiene poca carne, es fibrosa a más no poder y se pone marrón nada más cortarla. ¿Las zanahorias? Unas raíces duras, amargas, correosas e indigeribles. Sucede que siglos de agricultura han modificado su apariencia y mejorado su sabor, como el de casi todas las frutas, hortalizas y verduras que consumimos.

Lo mismo con la carne. Los animales que comemos tienen poco en común con sus ancestros que “creó” la naturaleza. Quizá, lo único que consumimos en su estado natural es el pescado que no proviene de acuicultura [5], las setas, los arándanos y otros frutos silvestres que recolectamos en el bosque. Pero, no nos engañemos, cuando salimos a buscar comida no vamos al bosque, vamos al súper.

Ecopijos 2Entonces, ¿por qué nos gusta tanto comer cosas supuestamente naturales? Uno de los motivos más poderosos podría ser la “quimiofobia”, esa manía que hemos ido desarrollando hacia todo lo que tiene una procedencia “química”, real o sospechada, en contraposición a una filia por la quimérica busca de “lo natural”. Los huevos que comemos, incluso los de las gallinas que viven en campo abierto, llevan ácido esteárico, una de las grasas saturadas responsables de nuestra mala salud cardiovascular. Los plátanos contienen tocoferol, vitamina E asociada a la juventud y la belleza… igualmente utilizado en cosmética y en la fabricación de velas.

Resumiendo, toda nuestra comida es fruto de nuestra tradición cultural y de nuestra evolución científica. Una berenjena es tan artificial como unas croquetas de marca blanca de cualquier supermercado. Lo creamos o no, en un tomate hay más tecnología que en un iPhone.

No tengo la más mínima intención de promover el consumo de alimentos procesados ni defender los donuts o las hamburguesas del McDonald’s. Pero el mensaje de “lo natural” es muy facilón, vendible y de muy buen rollo: la naturaleza es buena y está para cuidarte.

Cuando, realmente, la naturaleza pasa de ti.


IMÁGENES: Arriba, exhibición de productos supuestamente ecológicos en una frutería. Abajo, agricultura neolítica.

NOTA - No me molesta que haya gente que consuma ecológico. No voy por ahí metiéndome en la nevera de los demás. Quizás por eso me molesta cuando se meten en la mía organizaciones como la Sociedad Española de Agricultura Ecológica que firma manifiestos sin ninguna base científica y acuden a manifestaciones en las que piden la prohibición de los transgénicos y otras ocurrencias. Ya que estamos en un país más o menos democrático y que gozamos de ciertas libertades individuales, dejemos que cada uno coma lo que le apetezca. El problema es cuando la elección de unos pocos la tenemos que pagar entre todos, sobre todo cuando esta inversión pública no tiene un retorno o un beneficio general.

[1] Además, Mulet es profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia, y dirige un máster y una línea de investigación en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas, que trata de desarrollar plantas tolerantes a la sequía y al frío.

[2] En su faceta de divulgador científico, Mulet ha publicado los libros Los productos naturales ¡vaya timo!, Comer sin miedo, Medicina sin engaños y La ciencia en la sombra. Además, es autor de la sección Ciencia sin ficción en El País Semanal​ y del blog Tomates con genes. ​

[3] Un alimento ecológico es aquel que se ajusta al reglamento europeo de producción ecológica, que una agencia certificadora (pública o privada) lo ha evaluado y le ha dado el sello. Nada más. En ninguna parte del reglamento se indican ni se regulan los beneficios para la salud o la calidad o la responsabilidad con el planeta.

[4] El prefijo “eco” proviene, claro está, de “ecológico”, y “pijo” es un adjetivo que la RAE define como, dicho de una persona, “que, en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada”

[5] No obstante, el pescado “salvaje” podría estar contaminado, según la especie, con mercurio, ciguatera, anisakis, etc. Los que se venden en las pescaderías, al menos en Europa, han pasado ciertos controles que reducen o eliminan esta posibilidad.

Fuentes: Wikipedia, El Comidista y Tomates con genes.