A estas alturas del siglo, al menos una generación de mis lectores no habrá tenido nunca contacto con los tinteros, aquellos pequeños recipientes contenedores de tinta para escribir “a mano” con plumilla y palillero. Aunque este objeto haya perdido toda su vigencia, no ocurre lo mismo con una frase que lo menciona. Cuando decimos que “algo se quedó en el tintero”, queremos indicar que hay cosas que no se dijeron o quedaron pendientes, tomando al tintero como fuente del contenido de lo que se expresa. En este contexto, mi entrada anterior en el blog adoleció de algunos detalles que se quedaron “en el tintero” y que creo conveniente desvelar ahora para completar mi particular visión de la capital británica.
Si los trámites de entrada en el aeropuerto de Stansted fueron lo que fueron, la salida no fue mejor. Contabilicé hasta 22 puntos de control de equipaje de mano, cifra que no está nada mal. Lamentablemente, 14 de ellos no funcionaban, con lo que el desbarajuste resultó tan monumental como a la llegada
Los hoteles londinenses son caros: se debe calcular un presupuesto de entre 170 y 200 libras por noche para un hotelito similar a un tres o cuatro estrellas español. En uno de ellos tuve que convivir con una emergency exit o “salida de emergencia”, perfectamente señalizada e iluminada –blanco sobre verde–, ¡en el interior de mi habitación! Imposible conocer, por no pecar de ignorante, si solo para mí uso o para la evacuación de la planta, en cuyo caso mejor no pensar cómo hubiera quedado aquello: ¿“La senda de los elefantes”?...
Londres mantiene una merecida fama de ser la capital europea donde peor se come. En general, los restaurantes, como los hoteles, son caros sin paliativos. El plato nacional, el fish and chips, no es más que un pescado barato –originalmente, bacalao o abadejo-, empanado o empanizado, servido con una guarnición de patatas fritas y guisantes, que suele ofrecerse por menos o bastante menos de 10 libras, según dónde. Como alternativa, multitud de restaurantes hindúes y chinos proponen al viajero sus raciones exóticas y más bien escasas a precios disparatados. A los amantes del vino, les harán pagar unas 20 libras –de ahí para arriba– por una botella de incierto caldo sudafricano o dudoso rioja.
Dicho esto y aun así, Londres bien merece una visita. Solo su nombre ya sugiere historia y señorío. Atesora lugares emblemáticos como el Big Ben, la catedral de St. Paul, el Tower Bridge, la abadía de Westminster, la National Gallery, la Torre de Londres, el Natural History Museum, el London Eye –noria mirador de 135 metros de altura–, el Palacio de Buckingham… Para mí gusto, nada tan impresionante como el British Museum, piedra Rosetta incluida.
En Trafalgar Square podrán admirar, por estas fechas, un sorprendente y enorme gallo azul, de la artista alemana Katharina Fritsch, que ha despertado cierta controversia, instalado sobre lo que se llama el “cuarto plinto”, donde se van mostrando diferentes obras de artistas diversos. En 2002, con motivo del Mundial de Fútbol, el museo de cera “Madame Tussauds" exhibió la figura de David Beckham.
Las calles antiguas de la City son, para mi gusto, las más fascinantes de la ciudad. La Square Mille ocupa el terreno alrededor del cual los romanos alzaron el primer bloque defensivo hace casi 2.000 años. Estrechos callejones y antiguas iglesias conviven con modernas construcciones, edificios de oficinas e instituciones financieras. De lunes a viernes la City es un hervidero, pero el ritmo se detiene los fines de semana para disfrute de los turistas y de los escasos vecinos de la zona.
Si les gusta “empinar el codo”, pasen por el Bar Pepito, una bodega española en el King’s Cross. No dejen de visitar, en el mismo barrio, el Spaniard’s Inn. Se trata de una taberna que data de 1585, con más carácter que un musical del West End. Aquí pasaba el rato el bandolero Dick Turpin, entre robo y robo, aunque también ha sido el garito preferido de personajes más respetables, como Dickens o Lord Byron.
Disfruten de Londres, “la flor de todas las ciudades”, a decir del poeta escocés William Dunbar.
IMÁGENES: Arriba, un plato de “fish and chips” que, sin ser una maravilla gastronómica, podrá sacarle de algún apuro sin castigar el bolsillo... ni el estómago. Centro, London Eye, la noria de Londres. Abajo, el gallo azul de Trafalgar Square con la National Gallery a la izquierda.