sábado, 27 de abril de 2013

La visigoda

Arribó a los paisajes del Paraguay, la tierra sin mal, tras un periplo de miles de leguas sobre la mar océana, cuando las flores del tajy llevaban algún tiempo anunciando la primavera.

En los últimos decenios, el solar guaraní se había visto invadido por cultivadores de soja, recolectores de stevia, ordeñadores de vacas, menonitas, nazis, turistas sexuales y consultores internacionales llegados de aquende y allende los mares pero, desde el desembarco de Mme. Lynch, personaje alguno despertó mayor expectación que la visigoda, una ilustre dama de la Hispania Tarraconensis, de carácter fuerte, dominante e imprevisible, como corresponde a quien ha sido amamantada entre vasconum, barcinos y otras hordas belicosas del Ispanistán celtibérico.

la visigodaEl karaí-guasú previno cuidadosamente su llegada considerando todos los pormenores y detalles necesarios para satisfacer los caprichos, deseos, gustos, ocurrencias, antojos y extravagancias de la enviada, aleccionando a sus escasos súbditos sobre la necesidad de no crispar el voluptuoso ánimo, vehemente y sibarita, de la visigoda. Prodigioso, dice mi mujer, que la tribu y el karaí mismo hubieran logrado sobrevivir a las paellas estilo “reducción jesuítica” de la Taberna Española y a las secuelas sicotrópicas de la ayahuasca. Ahora, su prevalencia hasta la última luna del noveno año del nuevo milenio dependía de la extranjera.

El abrumado chamán cobijó a la enviada en un hábitat guaraní anchuroso y placentero, primorosamente amoblado por la guaranga argentina, al amparo de alimañas y depredadores. Se invocó al dios de la lluvia para pedirle que mantuviera el cielo despejado y alejara turbiones y tormentas hasta la próxima luna. A pesar de la manifiesta escrupulosidad en la selección de la posada, de la excelencia del personal a su servicio y del buen tiempo, el choque de civilizaciones resultó demasiado violento, y los desacuerdos, reproches y reprobaciones no tardaron en aparecer.

La visigoda poseía un infrecuente artilugio al que llamaba notebook, funcionando mediante su enlace a un fluido de electrones que se evidenció de conexión imposible, debido a discordancias de normalización. Las lucernas del habitáculo renovaban la atmósfera permitiendo la entrada de una suave brisa boreal que, sin embargo, resultó altamente molestosa para la dama. Su extenso vestuario tampoco encontró una ubicación adecuada en el aposento, escaso en perchas y nulo en paragüeros, y su alimentación resultó complicada por las exigencias de la joven, reclamando con obstinada insistencia vituallas desnatadas y víveres bajos en calorías, desconocidos en la exigua cultura gastronómica guaraní modestamente alineada con la mandioca, la chipa y el tereré.

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Así fueron pasando días de desazón, tormento, congoja y cruz para la tribu. Una mañana anunció su deseo de visitar Yguazú, la catarata abierta en la piedra por el golpe de lomo de la monstruosa serpiente Mbói para impedir la huida del cacique Tarova y su amante Naipí. Rodeada de leyenda y en un paisaje de exuberante naturaleza, la señora mudó su carácter. La música del agua y la presencia de loros multicolores, yurumíes, monos, lémures y felinos tranquilizaron a la enviada.

Solo cuando la visigoda embarcó en el vuelo de la TAM con destino a la remota Godilandia, el karaí respiró profundamente aliviado y celebró el acontecimiento entregándose al sexo, alcohol y desenfreno durante siete días con sus siete noches, decretando para su pueblo otras tantas jornadas de feriado nacional.

O así o alguna menos, que ya no recuerdo bien.


IMÁGENES: Arriba, fragmento de la portada del libro “La visigoda”, de Isabel San Sebastián. Abajo, cataratas de Yguasú (foto FG).

sábado, 13 de abril de 2013

Moleskine

Hace ya algunos años, en manos de mi querido amigo José María, descubrí una inusual libreta de notas que despertó mi curiosidad, encuadernada en negro riguroso y cerrada con una cinta elástica del mismo color. Me pareció ideal para llevarla de viaje: sencilla, resistente y cómoda. Conseguir una de aquellas libretitas tenía entonces un cierto atractivo, porque apenas se las podía encontrar en muy contadas papelerías importantes. Terminé por hacerme adicto a su uso para todo tipo de apuntes y dibujos, captar detalles y asentar experiencias. Durante algún tiempo, resolvieron mis regalos de cumpleaños y aún habrá por ahí alguna periodista amiga que, como yo, no encuentre el modo de prescindir de ella. Hoy, generalizadas, han perdido parte de su glamour, pero siguen siendo las libretas de notas mejores y más selectas que conozco. Lo habrán adivinado: son las Moleskine.

moleskine

Un objeto anónimo y perfecto en su esencialidad, producido durante más de un siglo por una pequeña empresa familiar en Tours, Francia, que abastecía a las papelerías de París, donde se daban cita las vanguardias artísticas y literarias internacionales. El legendario cuaderno fue utilizado durante los dos últimos siglos por personajes de la talla de Van Gogh, Picasso, Hemingway o Chatwin, hasta que el fabricante falleció y la libreta dejó de fabricarse. “Le vrai moleskine n’est plus”, fue el anuncio lapidario.

moleskine trazosPara Chatwin, era tan importante que el escritor fijaba una recompensa en su primera página, incentivando su devolución en caso de pérdida. En Los trazos de la canción, una de sus obras más famosas, narra la historia de este pequeño cuaderno negro, sinónimo de cultura, aventura y nomadismo. Con su estilo seco y lapidario, el libro describe un viaje por Australia en busca de los trazos de la canción, un concepto ciertamente difícil de explicar. Según Chatwin, cada territorio, cada camino, cada accidente del terreno, están descritos en una trova aborigen: un cruce entre un mito de la creación, un atlas geográfico y una historia personal. Y esa canción de cada tribu, de cada familia, marca los límites, las fronteras, la propiedad... Identifica el terreno y permite poseerlo. Perder la canción es perderlo todo.

Dice mi mujer que se trata de una obra anárquica en su estructura: algo de tratado de antropología, mucho de libro de viajes, con frecuentes salpicaduras de pensamientos filosóficos, propios o ajenos, sacados de las notas de su Moleskine. A veces caótico y a veces brillante, sobre todo en la descripción de los personajes con los que se va cruzando, a quienes logra definir en pocas palabras con una precisión casi fotográfica.

El cuadernito refuerza la imagen del viajero romántico: “Dejad que vuestro espíritu aventurero os empuje a descubrir y escribir del mundo que os rodea con sus rarezas y sus maravillas. Descubrirlo será amarlo”, en palabras del poeta libanés Kahlil Gibran.

Con la edad, aparte de apreciar el vino tinto con progresiva adicción, se relativizan muchas cosas. Moleskine me parece un acumulador de ideas y de emociones no relativizables que va liberando su carga a lo largo del tiempo, trocando el contenido en notorias imágenes o en páginas de libros admirados.

Una pequeña editorial italiana devolvió la vida a la mítica libreta. Un símbolo de la antigua práctica de los cuadernos de campo, del apunte y del boceto, que ha vuelto con fuerza para recuperar su espacio frente a un mundo de agendas digitales, dispositivos móviles y teléfonos más o menos inteligentes.

Con la ventaja de que no necesita cargador ni actualizaciones del software.


IMÁGENES: Arriba, Moleskine clásica. Centro, portada del libro de Chatwin. Abajo, anotaciones de viaje sobre una Moleskine.