En los tiempos del libro del Apocalipsis de San Juan, capítulo sexto, cada jinete tuvo su propio rostro y su propio nombre: la victoria, la guerra, el hambre y la muerte. Con esos trazos, el universal Blasco Ibáñez escribió, en 1916, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, una novela clasificada entre las cien mejores obras literarias del siglo XX.
De haber vivido en el XXI, el novelista no hubiera dudado en incluir un quinto jinete de innumerables rostros y nombre epiceno colectivo: los tontos con poder. Una masa amorfa que lo invade todo: la empresa, la universidad, las oenegés, la comunidad de vecinos y, sobre todo, la política.
El síndrome de poder de los políticos, es como una droga de orgullo que los aleja de la realidad, los rodea de un halo de mema arrogancia, los vuelve impermeables a la crítica y refractarios a la sensatez. Son más visibles porque están más expuestos a la luz pública: “Hasta ahora, solo los de la familia sabíamos que era tonto. Desde que lo han hecho ministro, lo sabe todo el país”. Ricamente instalados en su poltrona, no sienten el menor remordimiento cuando una pobre mujer se lanza por la ventana en el momento en que la despojan de su casa por culpa de unas leyes manipuladas y probablemente injustas.
Vázquez Figueroa, si no recuerdo mal, dijo algo así como que “cuando se le concede poder a un miserable, el miserable no se vuelve poderoso, es el poder el que se vuelve miserable.” Sustituyan miserable por estúpido y busquen modelo entre los ladronzuelos y sinvergüenzas que se ocultan en mullidos escaños y lujosos despachos, bajo el paraguas protector de las siglas de cualquier partido o sindicato. No se confíen. Un tonto situado en el lugar preciso puede causar un daño irreparable. ¿Les suena…?
En un delicioso ensayo sobre la estulticia humana, el italiano Carlo Cipolla aporta algunas leyes fundamentales:
1. La posibilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquiera de sus otras características.
2. Tratar con tontos deriva infaliblemente hacia una irremediable pérdida de tiempo, cuando no de paciencia.
Es mejor negociar con una persona lista que con una tonta. Se puede intuir la lógica de una persona inteligente. Con un estúpido, cualquier razonamiento sensato resulta imposible.
Seguirán existiendo por los siglos de los siglos. Contra la estupidez, hasta los dioses luchan en vano. En todas las organizaciones hay tontos necesarios para que los listos avivados puedan manejarlas a su gusto. La estructura del poder crea huecos y los reserva para este tipo de personajes que aparecen como imprescindibles a pesar de su mediocridad. Dice mi mujer que no son líderes ni siquiera malvados –que para eso se requiere inteligencia– sino, sencillamente, estúpidos que aprendieron cómo funciona el sistema.
Termino con un par de anotaciones memorables. Una de Frank Lloyd: “Estoy completamente a favor de mantener las armas peligrosas fuera del alcance de los tontos: empecemos con la máquina de escribir.” Y otra, el principio de Peter: “Con el tiempo, todo puesto de responsabilidad tiende a ser ocupado por un estúpido, incompetente para desempeñar sus funciones.”
Jaculatoria: De los tontos con poder, libera nos Domine.
IMÁGENES: Arriba, grabado “Los cuatro jinetes del apocalipsis”, de Durero (1498). Abajo, frontispicio y capiteles del Congreso de los Diputados (Madrid).