sábado, 11 de mayo de 2013

Memoria rural con vacas

Una buena parte de mi adolescencia transcurrió enredada entre los caminos que serpenteaban por las praderas de mi lluvioso valle. Veredas de tierra y piedras o sencillas calzadas de asfalto o “caminos de hierro del norte de España”, como nos gustaba llamar –jactanciosos– al ferrocarril sin pretensiones que nos unía con la capital de la provincia.

caserío

El caserío de mi abuelo se ubicaba como a la mitad de un camino rural que discurría entre dos carreteras: la de Portugalete o “carretera de arriba” y la de Bilbao o “carretera de abajo”. Nosotros vivíamos en la de arriba. Cada día recorría varias veces ese camino. Unas, en busca de la merienda que me preparaba mi tía Carmen, casi siempre a base de nata con azúcar –¡tiempos cuando la leche tenía nata!– sobre una espléndida rebanada de pan tierno. En temporada, saqueo sistemático de los árboles frutales de mi abuelo. Otras, para subir a casa la leche para el desayuno del día siguiente y, al tiempo, poner en práctica la primera de las leyes de física que me enseñó la vereda.

the_red_parasol-large-Laureano-Barra[1]

El recipiente para la leche era una “lechera” o cántaro de aluminio sin tapa que me gustaba voltear a toda velocidad con el brazo extendido, admirándome de que la leche no se derramara. En alguna desgraciada ocasión el asa resbalaba de mi mano y, roto el equilibrio de fuerzas centrífuga/centrípeta –de cuya existencia no tenía yo ni idea–, la lechera salía volando varios metros antes de estrellarse contra el suelo. Triste final, como en el cuento de Samaniego. Mi padre, escasamente interesado en la evolución científica, solía remunerar mis experimentos con un par de sonoras bofetadas.

La segunda ley que me enseñó el camino –a fuerza de notar y padecer sus efectos reiteradamente– podría expresarse así:

La posibilidad p de que un cuerpo humano c de masa m se estampe
contra el suelo s,
descendiendo a la carrera por un camino de piedras,
es directamente proporcional al cuadrado de su velocidad v, es decir,

ps = mc · v2

Para mitigar los daños del inevitable impacto apenas se requería algo de agua oxigenada y un brochazo de mercromina a cargo de mi tía Mari, salvo en una desgraciada ocasión en la que tuvieron que escayolarme el brazo izquierdo. Después me caí de una higuera y el efecto g gravitacional –puto Newton– me dañó seriamente la rodilla del mismo lado. Más yeso donde escribir las genialidades de la adolescencia, fechar y firmar.

Un sendero perpendicular al camino conducía a “la cuadra”, que así llamábamos al plácido hábitat de un par de vacas holandesas en blanco y negro, opulentas ubres generosas, miembros de la familia. La más tranquila se llamaba “Estrella” y la otra “Lucera”. Dice mi mujer que el abuelo tenía poca imaginación para nombres de vacas.

En aquel establo se guardaba, para los fumadores adultos del entorno, el exiguo tabaco que permitía la “tarjeta de fumador”, una cartilla de racionamiento franquista sutilmente orientada a erradicar del imperio tan abyecta y despreciable lacra social. Nunca tuvo noción mi abuelo de que su nieto más querido hubiera descubierto el escondrijo de su pequeño tesoro: un par de cajetillas de “picado fino superior” –apestoso– y un librito de papel de fumar “zigzag”.

vaca

Ellas fueron, las vacas, cómplices de mi incipiente vicio y testigos de mis humos iniciáticos y de mis primeras toses. El pestilente olor a bosta de vaca impregnado en mis ropas enmascaraba el incienso del cigarrillo. Toda la familia estaba asombrada de mi repentino amor por aquellos animales.

Años después leí que el tabaco era perjudicial para la salud, y dejé de leer.


IMÁGENES: Arriba, el caserío. Centro, “El parasol rojo” de Laureano Barrau. Abajo, una de las vacas del abuelo.

PREGUNTAS:
1. ¿Cuántas tetillas o pezones tiene la ubre de una vaca?
2. ¿Cuántos kg pesa aprox.?
3. ¿Cuántos litros de leche puede albergar? …
Entre los que acierten las 3 preguntas sortearé un ejemplar de mi libro “Amores pájaros” o “Katutura”, a elegir por el premiado.

10 comentarios:

Diego dijo...

Nice :-)

Maribel dijo...

Chapeau....

Maribel dijo...

Ya me leí tus andanzas por el caserío me veo de Tía Carmen como todas las mujeres entrañable y con talento casero ......
No me pongo a contar pezones (de vaca), ni litros de leche porque tengo a mi Medina que domina ......pero !como tengo asegurado el libro, ni pregunto ni discurro! besicos .
He puesto lo suficiente porque me cautiva tu escritura ya esta bien de peloteo.

Oscar dijo...

Recuerdos tuyos que son muy similares a los mios!!!.Nosotros eramos de Bs As y teniamos alos padres de mi madre en la provincia de Cuyo, llamada San Juan,famosa por sus vinos aptos para misa,mistela,melones y dinosaurios.
Todos los veranos ibamos alli de vacaciones y tanto quien te escribe, como mi hermano y primitos oriundos de alli, le haciamos la vida "imposible" a mi abuelo Blas, el era aragones y mi abuela de Castilla, ambos fueron de muy pequeños a la Argentina.
Ellos tenian viñedos y con mis primos y hermano le alborotabamos todo!!, les abriamos la compuerta del riego inundando la viña,haciamos "tiro al blanco" con piedras a las granadas,higos y racimos,etc Eso si, cuando nos pillaba nos "fajaba", (pegar), con una vara de membrillo verde para que "aprendieramos la leccion".
Que felices eramos, por suerte yo me daba cuenta de esa felicidad, otros no...
Saludos
Oscar

FG dijo...

¡Ah! A mi me "fajaban" con una varita de mimbre verde. Los membrillos no maduraban nunca porque el clima era demasiado húmedo y frío, pero mi tía Carmen, con la fruta verde, hacía un dulce de membrillo riquísimo. Para los sobrinos, claro. Gracias, Óscar.

Ana E. dijo...

Pienso en mi amigo Félix después de leer su "Cuaderno de los Caminos" de hoy dedicado a su infancia en el mundo rural vasco. Todo lo que cuenta me resulta muy familiar y cercano. En casa de mi abuela se hacían unas galletas deliciosas con la nata que llegaba en la superficie de la leche que comprábamos recién ordeñada y traía el vaquero en una gran lechera como la de la foto.

Santiago dijo...

¿Como estás guapetón?.
Tus historias me agradan siempre. Aquí estoy, domingo 17.30 hrs en España y trabajando, cual de pequeño autónomo se tratara. Di que también he visto trabajar a mediodía a Emilio Botín.
Un abrazo.

Gemma dijo...

Felixxx...
Me encanta el nombre de esas
Vacas!!!..... Lucera y estrella....
Los dos nombres....
Sinónimo de luz.....
Y la ubre de una vaca...
Posee, 4 tetillas?....,..
Me encantó tu escrito......
Muscksssss!!!....

Ignacio dijo...

Gracias por el relato Félix, mi vacaciones de infancia eran ir a la "casa del pueblo" donde vivían los abuelos. Los míos se dedicaban al ganado ovino, y siempre había gallinas y conejos para consumo doméstico en el corral de la vieja casa de adobe. Todavía rememoro los capones de mi abuelo debido a mi afición a tirar piedras (cantos decía él)a la gallinas. Y algún día te contaré cómo jugábamos a las canicas usando las boñigas de las ovejas que endurecidas adecuadamete eran mejores que las de cristal.

Jorge Juan dijo...

Yo también echo de menos la leche con nata y la cántara de metal donde la vaquera de Los Molinos (Sierra del Guadarrama - Madrid) solía servirnos la leche todas las tardes despúes de ordeñar las hermosas ubres de sus vacas holandesas (creo que eran de esa raza, porque eran de los mismo colores que las que mencionas). Con nuestra entrada en la CEE, se acabó lo que se daba y ahora -cuanta razón tienes- la leche que nos ofrecen tiene más repasos que el felpudo de una puta de Montera.