He querido dividir este texto en tres partes: las dos primeras a manera de breves proemios para entrar en materia y, la tercera, el tema a desarrollar basándome en las anteriores. La primera –esta– me sirve para definir al miserable como una persona ruin, canalla y de malas costumbres o procederes, según el diccionario de la RAE que, profundizando algo más, nos permitiría añadir un rosario de atributos tan poco virtuosos como los dichos: vil, bajuno, despreciable… sin necesidad de mencionar a su infortunada madre, al menos de momento.
Se ocupó de ellos –segundo preámbulo– el escritor francés Victor Hugo en su novela del mismo título, Los Miserables, considerada como una de las obras más destacadas del siglo XIX y que, dicho sea de paso, a mí no me lo parece tanto. A través de su argumento, el escritor desarrolla un razonamiento sobre el bien y el mal, sobre la ley, la política, la ética, la justicia y la religión. Algunos de sus personajes son encarnaciones típicas de los tiempos, con acusada sobrecarga de maldad, astucia y prevaricación.
Entrando ya en materia –tercera parte–, la realidad desborda largamente a tales desalmados que, en la actualidad, han invadido todos los niveles y actividades públicas, privadas y sociales, incluso el deporte, manipulando torticeramente la realidad y dejando a su paso un reguero de indignación y asombro por la insensatez de sus palabras, juicios y decisiones. Se podría escribir varios tomos sobre las barbaridades de estos descerebrados. Veamos algunos de sus disparates.
Durante una manifestación de la izquierda independentista catalana bajo el lema “desobediencia”, se quemaron fotografías del rey de España y ejemplares de la Constitución Española. Imputados por un delito de injurias a la Corona, decidieron no acudir ante el juez que les citó a declarar, por lo que fueron detenidos por la policía. Pues bien, la alcaldesa de Madrid –de un partido zocato- que, por cierto, fue juez, declaró en una red social que “quemar una foto no puede ser delito”. Obvio que no puede ser delito quemar cualquier foto, pero sí lo es –como en otros países- quemar la de nuestro rey, siquiera por el debido respeto y sin más consideraciones. Si en la plaza de mi pueblo se me ocurriera quemar una foto de mi mujer –que no lo haré–, las feministas montarían en cólera por una simple foto y hasta, muy probablemente, me increparían como machista y otras lindezas al uso en ese colectivo.
En el ámbito deportivo sobresale por su estupidez, prepotencia e incontinencia verbal, que no por sus éxitos recientes, –eliminado de la Copa de Europa- el entrenador del primer club de fútbol de Cataluña. Este iluminado personajillo se permitió poner en duda la limpieza del sorteo de la FIFA que emparejaba a los clubs para los últimos encuentros de la citada competición declarando, con mucha sorna, que les tocaría el equipo más difícil [1]. Los destarifados medios catalanes aplaudieron el desbarro hasta con las orejas.
Seguidamente tocó cuestionar a Cristiano Ronaldo, a quien concedieron el Balón de Oro con más de setecientos votos a favor. El argentino Messi quedó en segundo lugar, logrando menos de la mitad de los votos del legendario 7 madridista. También aquí el susodicho entrenador y los medios cataláunicos han puesto el grito en el cielo. Según ellos, quienes votaron a Ronaldo –profesionales del fútbol– no entienden una mierda de este deporte.
La OMS [2] debería incluir a estos histriónicos saltimbanquis en la lista de patógenos nocivos para la salud mental de la humanidad.
IMÁGENES: Arriba, portada de la novela “Los Miserables, de Victor Hugo, publicada en 1862. Centro, los salvadores pirómanos de la patria catalana aplicados a los suyo. Abajo, Ronaldo, indiscutible balón de oro.
[1] Les tocó el PSG francés a quien eliminaron en Barcelona en un partido memorable lleno de “arbitrariedades”. En la siguiente ronda, el Barsa cayó ante la Juventus italiana.
[2] Organización Mundial de la Salud.