sábado, 4 de febrero de 2017

Cubanerías dos

Los días se deslizaban suavemente. Los cubanos no tenían prisa y a nosotros nos tocaba esperar, relajados, en la piscina del hotel llena de mujeres preciosas blancas, negras y de chocolate–, algunas gordas y rusos, muchos rusos. Soviéticos que apoyaban al “tiranosaurio Castro”, como le llamaban algunos, y organizaban a su modo la vida del país. Sorprendía verlos en la piscina a cualquier hora, siempre impecables, traje y corbata, tomando el sol o la sombra, sentados sobre el hierro de unos balancines que perdieron los cojines tiempo atrás. Parecía como si estuvieran esperando una llamada urgente que les obligara a acudir a donde fuera a toda prisa. O como si no tuvieran ni idea de lo que estaban haciendo allí. Lo más probable.

cuba 1

Nosotros, mi compañero y yo, teníamos claro nuestro papel: revisar los equipos de perforación de pozos que sobrevivieron a la zafra de los 10 millones y hacer una lista de los repuestos necesarios para mantenerlos funcionando un par de años más. Dependíamos de la autoridad, que nos llevaba a ver las máquinas por la mañana temprano y nos traía de regreso al hotel al caer la tarde. Muchos días se olvidaban de nosotros.

A veces nos pasábamos una semana entera estabulados en la piscina porque esa es otra–, no estaba permitido salir del hotel sin la compañía del funcionario de Turismo asignado. Un tipo majo y agradable que echaba pestes de la revolución socialista, del gobierno y de la madre que los parió. Un día nos confesóa cambio de un par de bolígrafos Bic Cristal– que, en realidad, él era un policía ocupado en vigilar nuestros pecadores pasos y que, como ayuda para la alimentación de su familia, se veía obligado a vender lotería de Miami… que nosotros le comprábamos regularmente. Nunca nos tocó.

cubados 1Mi colega, un treintañero de pocas palabras, grande como un armario ropero, disfrutaba importunando a los rusos. Un día de tantos, sentado en los balancines, quiso saber si el soviético perfectamente trajeado que estaba a su lado sabía nadar. El ruso le contestó que no, y mi amigo le soltó algo así como que “mejor que fuera aprendiendo porque, cuando a los cubanos se les inflaran los huevos (sic), tendrían que ir nadando hasta Moscú”. Silencio sepulcral, roto cuando el aludido decidió retirarse con la autoestima por los suelos. Afortunadamente para los rusos, la orquitis no hizo acto de presencia en los testículos de los cubanos, por lo que pudieron quedarse hasta la caída de la Unión Soviética, muchos años después.

Una mañana nos pasaron aviso de que estábamos invitados a almorzar en el restaurante Moscú [1] típicamente ruso, en lo más alto del edificio más alto de la ciudad. Comimos “de puta madre”, como solíamos decir. Hartos de los sándwiches de atún en el Floridita la cuna del daiquiri–, de los mojitos en La Bodeguita del Medio –puro Hemingway–, y de los helados en Coppelia, nos pareció que ni el menú de las bodas de Fígaro pudiera haber sido mejor. Decidimos volver de vez en cuando, aun admitiendo que el precio sería caro. Y tan caro: solo se podía acudir con invitación y, como no se repitió, nos quedamos con las ganas.

cubados 3Idéntica putada en el Tropicana [2], un cabaret un día llamado “el night club más atractivo y suntuoso del mundo”: cena y dos horas de espectáculo inolvidable en un bosque tropical de ensueño. Salí con una tortícolis que me duró varios días, de tanto mover el cuello a un lado y otro para evitar el cabezón del que tenía delante y poder ver en las dos pistas. Lugar ideal el Tropicana para una velada solo o, mejor, acompañado. Lástima que se necesitaba una invitación de la que no disponíamos.

Ni modo de conseguirla.


IMÁGENES: Arriba, el hotel Habana Libre actual. Centro, cartel proclamando la amistad cubano-soviética. Abajo, delicado sabor cubano en el Tropicana.

[1] El edificio donde se encontraba el restaurante Moscú es, desde hace muchos años, morada de vagabundos. En los años 80, un incendio arrasó con el edificio, donde también estuvo el Montmatre, uno de los cabarets más famosos de la Cuba Republicana. El edificio nunca más fue reparado.

[2] El Tropicana sigue siendo el más espectacular de los cabarets a cielo abierto. Un lugar único en el mundo para disfrutar del folklore y la música de Cuba, la cubanísima alegría de una noche tropical. El costo de las entradas está ahora entre 70 y 100 dólares USA por persona, sin cena o con cena incluida.

2 comentarios:

Juan C. dijo...

La nota es una fotografía exacta de lo que ocurría en Cuba por entonces. Tal vez falte alguna referencia a las colas, omnipresentes en toda la ciudad para cualquier compra, gestión o acceso a restaurantes y espectáculos.

FG dijo...

He resistido a la tentación de escribir un "Cubanerías tres" incluyendo el tema de las colas. Me llamó la atenciçon la cola del "tumbaero", un lugar donde iban los amantes a hacer sus necesidades :-) Deprimente.