sábado, 26 de septiembre de 2015

Huérfanas y desvirgadas

Hubo un tiempo en el que las putas eran eso: simplemente putas o, como mucho, prostitutas, para la gente de fina parla. Algún decenio después se empezó a llamar al pan zrus y al vino frolo, como dejó dicho Forges. El patio de recreo de mi instituto de bachillerato se convirtió, por arte de magia, en un espacio de usos múltiples y las putas de siempre en trabajadoras sexuales. Los maricones de toda la vida devinieron en gays, las bolleras o tortilleras en lesbianas y los negros en subsaharianos, y se alcanzó la suma estupidez lingüística evitando llamar a las cosas por su nombre.

prostitución

En esta misma línea de confusión filológica, de pérdida del logos, preguntado un alto cargo del gobierno de las Españas sobre el porqué de las emisiones de deuda pública ligadas a la inflación, respondió textualmente: “Acceder a una plataforma que demanda emisiones indexadas de un nuevo emisor soberano en un mercado líquido existente en Europa, diversificando así la base inversora del Tesoro Público y reduciendo la presión sobre los instrumentos tradicionales”. ¡Qué papelón para Séneca si pudiera, como Lázaro, volver a la vida!

Me he desviado sustancialmente del tema principal, porque sobre lo que quería escribir está relacionado con la prostitución y la normativa impuesta en la Edad Media, primero por Alfonso XI y luego por Felipe II, regulando con claridad meridiana –al pan, pan, y al vino, vino– el llamado oficio más viejo del mundo. El diario madrileño ABC publicó hace unas semanas un curioso trabajo [1] del que voy a resumir, aligerados, los detalles más sugestivos.

Estigmatizadas socialmente bajo la etiqueta de rameras o cantoneras, se las diferenciaba de cualquier otra mujer estipulando los requisitos necesarios para ejercer como prostituta. Entre ellos, la obligatoriedad de no ser noble, haber perdido la virginidad y ser huérfana o de padres desconocidos. En cuanto a la edad, tenían que ser mayores de 12 años.

ProstitutasAdemás, sólo estaba permitido prostituirse en “casas públicas” –burdeles con licencia– y sin dependencia de “rufianes”, es decir, chulos o proxenetas. Igualmente, estaba prohibido vestir sedas o de manera provocativa y mantener relaciones sexuales en caso de tener enfermedades venéreas, bajo pena de cien azotes, la pérdida de todos los bienes y, en último término, el destierro de la ciudad. Los médicos de la Cárcel de la Corte, conocidos en la época como “cirujanos”, estaban obligados a realizar revisiones periódicas en las casas públicas del barranco de Lavapiés –hoy castizo y respetable barrio madrileño del mismo nombre–, único lugar donde quedaban confinadas estas mujeres.

Existía la obligación de que cada prostíbulo contara con una “madre” –lo que hoy llamaríamos una “madame”– para garantizar el cumplimiento de la normativa, el orden público y el pago de los impuestos a las arcas municipales. Las “madres” solo podían cobrar por el lavado de ropa, la comida y el uso de las habitaciones. Para evitar peleas, los hombres que acudían a estos burdeles debían dejar las armas en el exterior.

putas carretera

En la actualidad –añado ya por mi cuenta–, el mayor prostíbulo de Europa se encuentra en La Junquera, dudoso honor para la provincia catalana de Gerona. Después de años de litigo en los tribunales, empezó a funcionar en 2010 en la frontera con Francia. Disponía inicialmente de unas 160 mujeres y 80 habitaciones. Los clientes llegan, sobre todo, del país vecino, donde están prohibidos este tipo de locales. El nuevo puticlub se suma a los once que hay en los alrededores. Son casi 1.800 prostitutas en la zona, sin contar las que ejercen en la carretera.

En palabras del italiano Gervaso, “hay mujeres que venden aquello que deberían dar y otras que dan aquello que podrían vender. Las primeras son prostitutas, las segundas, enamoradas” [2] o, vox populi, que el asunto de la jodienda no tiene enmienda.


IMÁGENES: Arriba, panel de cotizaciones en bolsa; centro, prostituta medieval; abajo, putas de carretera.

[1] ABC del 25/07/2015, Adrián Delgado, Huérfana y desvirgada: las normas para ser prostituta en el Madrid del siglo XVI.

[2] Roberto Gervaso, La volpe e l’uva, 1989, basado en una fábula de Esopo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Huérfanas, desvirgadas y encima putas. ¡Vaya vida!

Julian dijo...

¡Qué cosas!

Anónimo dijo...

Una tarde noche tuve que conducir a través del putiferio que los catalanes han montado en La Jonquera. "La pela es la pela", claro, pero me pareció horrible, no tanto por el número de mujeres prostituyéndose como por el de hombres (?) demandando sus servicios. ¡Una vergüenza!