sábado, 27 de febrero de 2016

Los guardianes de la noche

Son una presencia constante. Sombras entre las sombras de la ciudad. Apostados a la entrada de cada negocio, chiringuito o casa de vecinos, allí están, hombres disfrazados de paramilitares o uniformados de cualquier color y modo, de esa edad que empieza ya a perder el brillo de la juventud y la esperanza de una vida mejor. Vigilan.

Consumen largas jornadas a pie de obra, como pueden, en el zaguán de una puerta, en una garita a punto de desahucio, en una silla de plástico a veces con un pedrusco en vez de la cuarta pata perdida en la última batalla–, en un viejo sofá que debió conocer días de emociones intensas o en el asiento abandonado de un auto que dejó de perseguir al viento. Guachimanes, vigilantes, seguratas… Una vida a la intemperie.

vigilantes 4

Me apena verlos dormir como perros humanos sobre el gran felpudo de la medianoche, tendidos cuan largos o cortos– son, soñando con no se sabe qué. Algunos balbucean entre sueños fragmentos de historias, confidencias, ficciones que se enredan en lo profundo de las raíces de las plantas que cuelgan de la verja o entre las ramas que suben por ella como ángeles de la guarda enredados en los pliegues de su túnica.

Casi todos llevan cosido en la camisa el distintivo de una empresa de seguridad, portando porra, pistola o un fusil de cualquier guerra antigua. Otros nada, las manos desnudas, los ojos cansados de indagar la noche sin otro rango que el sueño, las ropas desastradas de dormir a deshora, sin la manta que no necesitan y, sobre todo, sin techo.

Se les descubre pronto entre calles mal iluminadas, aceras como una gincana de agujeros, alcorques resecos que nunca llegaron a serlo, pavimentos resquebrajados, raíces de árboles que, igual que escalan el cielo, se rebelan contra los obstáculos que el hombre les pone. Se les descubre pronto entre los coches que ocupan todos los espacios posibles, las motos alineadas de los repartidores de pizza y los montones de bolsas de basura en cada esquina, fluyendo un riachuelo de líquido maloliente. Se les descubre como si fueran ellos los malhechores.

Makati Avenue 3La noche, su gran aliada, difumina la figura, refuerza su camuflaje uniformado. ¿De qué nos protegen? ¿Qué vigilan? Anoche, volviendo despacio de cenar por una avenida semidesierta de vehículos y peatones, buscaba en los rostros de los vigilantes una explicación a su cansancio en las horas nocturnas y lánguidas de la capital de este país.

Me contaba una colega que un guardián soñó que al día siguiente su jefe moriría entre los hierros de su coche. Le advirtió que no saliera de casa. El hombre no se dejó convencer por tan negros augurios, salió y volvió sano y salvo. Enseguida despidió a su empleado por dormirse en horas de trabajo, ya que su cometido, dijo, era estar alerta, no soñar.

Pese a tanto vigilante y no creo que precisamente por su concurso, siempre me sentí aquí como en una ciudad segura. Nada parecido a otras que conozco donde, aventurarse solo y a pie por las calles, es tentar la suerte y llamar a tu peor sombra cuando la noche dicta su toque de queda. Aunque no tenga sentido, la vida tiene que valer la pena.

Vigilantes 3Sin embargo, a pesar de la seguridad, el buen clima y lo exótico del país, los turistas no vienen [1].  A pesar de los esfuerzos de una hostelería moderna, con restaurantes de cierta calidad y precios razonables. Su slogan It’s more fun here “es más divertido aquí”– no parece funcionar. Un rechazo latente promovido, en parte, por los medios, que son los que nos refieren la marcha del mundo y del país. A menudo, un relato desenfocado, oscurecido y parcial, cuando no interesado y con escasos fragmentos de realidad.

Aunque, la verdad sea dicha, no hay mucho que admirar por estos pagos.


IMÁGENES: Arriba, un vigilante vigilando profundamente dormido sobre una silla de plástico. Centro, la avenida principal de Makati (Metro Manila) a las seis de la tarde, vista desde la terraza de mi hotel. Abajo, eslogan para la promoción del turismo.

[1] Un fin de semana me propuse visitar Intramuros, en la ribera meridional del río Pasig. Es el distrito amurallado de la ciudad de Manila y ubicación original de la misma. En el hotel me gestionaron todo con una agencia de turismo. El viernes me llamaron para decirme que se suspendía la excursión porque yo era el único inscripto. El sábado me fui con un taxi pero, claro, así no cuenta uno con las explicaciones de un profesional.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Muy bien expresado. Me gustó mucho, Es una cruda realidad, la vida de esos pobres hombres y ahora se ha puesto de moda en algunos países mujeres vigilantes.

Unknown dijo...

sss

Unknown dijo...

Tu si que sabes Chaval.
Bastantes amigos tuyos que forman parte de la misma Familia, desde Zaragoza, te queremos.

Isabel C. dijo...

Gracias, Félix.
Un abrazo.
Isabel