sábado, 15 de agosto de 2015

Insomnio

Esta noche pasada hemos tenido una tormenta de verano de “mucho ruido y pocas nueces”, se diría, por su escasez de lluvia. He dormido mal. Cené –puro capricho– un par de arenques salados y picantes, regados con un delicado tempranillo joven, que han requerido un incesante ir y venir a la cocina para aplacar la sed con generosos tragos del agua tan rica que tenemos en la montaña. He invertido los ratos de insomnio rememorando el pasado y especulando sobre el porvenir.

Insomnio

Entre rayos y truenos –literal– he recordado a la Burki, una gitana que conocí en Budapest. Me enseñó lo más elemental de la quiromancia: lo suficiente para presumir, tiempo después, leyendo la mano entre amigos que, sorprendidos de mis conocimientos, me miraban pasmados sin poder discernir si la cosa iba en serio o les estaba tomando el pelo. Aseguraba la chica que existe un destino, perfectamente legible, trazado en las líneas de la mano por la propia genética de cada individuo. Vivía ella con su pareja al final de la línea M3 del metro, en una iglesia abandonada que habían habilitado como dulce hogar. Él era peruano. Cantaba latino con buen arte, acompañado de su guitarra, por los bares y restaurantes de la ciudad, tratando de vender, al final de su actuación, la casete que contenía el repertorio de sus canciones. Ella leía la mano de los clientes y entre ambos recogían una plata justita para ir tirando. Hace varios años que no sé nada de ellos.

Luego, en plena vigilia, la crisis de Grecia. Como imagino que de este asunto son conocidos casi todos los detalles, dejo dos únicas anotaciones. La primera del escritor Eduardo Mendoza: “Desde Aristóteles, los griegos no han dado un palo al agua”; en otro registro, vagos, holgazanes e insolidarios. La segunda es una referencia al impresentable, soberbio y narciso ex ministro de finanzas heleno, Varufakis, embustero compulsivo. En uno de sus libros [1] asegura reiteradamente que la creación de la Unión Europea fue una exigencia de los Estados Unidos, al finalizar la II Guerra Mundial, para asegurarse un mercado donde colocar sus activos tóxicos. Asombrosa fantasía de un charlatán de barraca que llamó criminales a los gestores del FMI y terroristas a los de la UE, con quienes tenía que negociar un rescate económico para evitar la bancarrota de su país. Poco después se vio obligado a dimitir, presionado por su propio partido.

Insomnio 4Pasada la media noche me han venido a las mientes los modos en los que está redactada, según idioma y escenario, la prudente advertencia de no distraer al chofer del autobús o del tranvía con conversaciones inútiles. En italiano, “No hablar al conductor” –Non parlare al conducente–, con el estilo simple de la Roma maestra del derecho. En Francia, “Se ruega no hablar al conductor”, con el señorío de un pueblo acostumbrado durante siglos a respetar las fórmulas ceremoniosas. Es el s’il vous plait del verdugo que invita a la pálida aristócrata a poner el cuello bajo la cuchilla de la guillotina. En alemán, “Prohibido hablar al conductor”, con la dureza militar, intransigente, de un pueblo intoxicado por la disciplina, nacido para marcar el paso, para cristalizarse ante el verboten, para obedecer a un cabo o a un epiléptico decidido a militarizar el mundo. En escocés o en hebreo, pueblos que tienen fama de amar el dinero –como si los demás metieran por sorpresa billetes de banco en bolsillos ajenos–, en una de esas lenguas se lee: “¿Por qué hablar al conductor? ¿Qué se gana con ello?”.

El canto del gallo me ha inspirado para reflexionar sobre un futuro incierto y en franca decadencia: el de subjuntivo [2]. Utilizado habitualmente hasta el siglo XVIII y hoy desaparecido en la práctica, salvo en algunos refranes –“a donde fueres haz lo que vieres”– y en solemnes textos legales y disposiciones administrativas. Desde el punto de vista del estilo literario, su belleza y elegancia son incuestionables.

En pleno desayuno, he llegado a la conclusión de que el pasado, el presente, el futuro, la vida misma, serían insoportable si todo se recordase. Dice mi mujer que el secreto está en saber elegir lo que se debe olvidar.


IMÁGENES: Arriba, lectura de manos. Abajo, jarra suvenir en inglés e italiano.

[1] Yanis Varufakis, El minotauro global: Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial, Penguin Random House Grupo Editorial, Madrid 2015.

[2] El subjuntivo es un modo verbal, no es un tiempo. Es el modo de la subjetividad, de la irrealidad, de la duda, de la hipótesis, del mandato y de los sentimientos. Es decir, el subjuntivo representa lo subjetivo, frente a la sensación de objetividad del indicativo.

4 comentarios:

Elías B. dijo...

En su cuento "Funes, el memorioso" JLBorges escribe sobre el problema de recordar todo. Por otro lado Umberto Eco, en una crítica a los buscadores cuenta que para preparar una conferencia en Israel pone en Google "Jerusalén" y al instante obtiene 10.000 referencias. Entonces lo borra, busca en su biblioteca tres libros y la prepara. Su conclusión es similar a la de tu mujer: el exceso de información resta en lugar de sumar. Lo que se necesita más que un buscador es un eliminador de basura o algo así.

Andrés dijo...

La nota al pie sobre el subjuntivo me parece excelente. Deberías incorporar los detalles al texto principal. ¡Enhorabuena por este nuevo trabajo tuyo!
Y gracias por compartirlo.

Francisco E. dijo...

¿Cómo estás? Acabo de leer (una sola vez) tu último cuaderno de los caminos y en verdad me ha parecido un poco de todo, quizás fue el resultado de la cena y el insomnio. Un abrazote, amigo.

María en Viena dijo...

Genial! Excelente moraleja. Un gusto leerte en cada entrada. Esperamos algo sobre Windows 10, que tú nota también me produjo una sonrisa (disculpa la insinuación de que sonrío por la pena ajena. Sonreí, más bien por el estilo tan astuto de tus palabras, y porque si no fuera por tu advertencia, ¡hubiese sido yo la próxima víctima!)