En cuanto la temperatura “sube” hasta los cero grados y amanece el primer día discretamente soleado, se considera que el general invierno –como llaman en Rusia a la interminable estación fría– ha sido derrotado. Para las féminas supone el advenimiento más o menos oficial de la primavera y el momento de tomar los primeros baños de sol, elusivo y escaso por estas latitudes.
La muralla de la fortaleza de San Pedro y San Pablo, en San Petersburgo, es un lugar habitual para exponer al sol los blancurrios y lechosillos cuerpos de las peterburguesas, tras largos meses de oscuro frío insoportable. Todo está permitido: por abajo bikini, tanga, culote… y a media altura, corpiño, sostén, brasier… Todo vale, aunque no puedan desprenderse del abrigo de piel, necesario para apoyarse contra la pared porque la piedra está helada y el suelo cubierto de nieve. La gente invade parques y jardines y la vida reaparece con el júbilo del primer verdor.
Al anochecer, las mujeres acuden a las discotecas a lucir su nuevo look. A mí me gusta tomar un vodka bien frío en el Strelka, un lugar algo cutre en la Isla de los Conejos –no se rían, que el nombre es cierto–, con piso de madera de ese que cruje al caminar. La música es agradable y suena a los decibelios adecuados. No suele faltar algo de latino o celta con lo mejor del folk ruso, excelente fondo para una conversación romántica si se tercia.
A medio globo terráqueo de distancia, en México, la llegada de la primavera azteca se celebra el 20 o 21 de marzo. Cientos de personas ascienden a la cima de la Pirámide del Sol, la tercera más grande del mundo, para recibir al astro rey en su equinoccio del hemisferio norte.
En las Islas Británicas, durante el segundo sabbat del año celta, la luz va dominando a la oscuridad. Los druidas hacen sonar una enorme bocina para despertar a la tierra que albergará la semilla. Con la inestimable ayuda del sol, la luz y el calor que la hace germinar, la fuerza de ambos propiciará que nazca una nueva esencia, una nueva vida: la resurrección del mundo.
En otro lugar del planeta, al norte de Canadá, la llegada de la primavera marca el momento del año elegido por los inuit de Kangiqsujuaq para ir en busca de los apreciados mejillones, que les permiten variar su dieta después de un largo invierno sin opciones. Es una tarea peligrosa. Durante las horas de marea baja, perforan un agujero en el hielo para introducirse en el mar glacial, donde recogen todos los moluscos que pueden, saliendo a la superficie antes de que vuelva a subir la marea. La principal dificultad consiste en encontrar, desde la negrura de abajo, la luz del agujero por donde entraron.
Mucho menos seductora que las primaveras anteriores, las revoluciones y protestas originadas en varios países del norte de África dieron lugar a lo que los medios no tardaron en bautizar como “primavera árabe”. Protestas laicas de índole social, en contra de las condiciones de vida despóticamente custodiadas por regímenes corruptos y autoritarios: el desempleo, la inseguridad de los ciudadanos, la falta de libertades, la alta militarización, la discriminación de la mujer o la falta de infraestructuras, entre otras muchas causas. Sistemas nacidos de los nacionalismos árabes que fueron convirtiéndose en gobiernos represores, impidiendo una oposición política que, finalmente, estalló con el vigor imparable de la nueva estación.
Dice mi mujer que ningún general asedia al adversario con tanta delicadeza como la primavera. Después de su victoria, se retira sin ruido por las rutas del verano.
IMÁGENES: Arriba, muralla de la fortaleza de San Pedro y San Pablo en Óstrov Záyachi o Isla de los Conejos, río Neva, San Petersburgo, Rusia. Abajo, flores de primavera en el Pirineo Aragonés.