sábado, 25 de noviembre de 2017

Querido aitite

Esta es la carta escrita por mi sobrina Beatriz a su aitite
—su abuelo y mi hermano— que se nos fue hace un par de años.
Me parece una delicia por su cariñosa sencillez y la ternura que trasluce.

Es un día gris y llueve sin parar. Un domingo de esos que bien conoces, aitite [1]. Los días pasan desde que te fuiste, lluviosos o soleados, pero no son lo mismo. La vida sigue, pero me faltas tú. Hoy, después de dos tristes e interminables años, me siento con fuerzas para escribirte.

Los otoños vuelven, pero, desde que no estás con nosotros, nunca volvió ese entrañable aroma a castañas asadas, que con tanto amor te ocupabas de poner en la chapa para que estuvieran listas para cuando llegara yo de la uni.

aitite 1Porque sigo en la uni, aitite, aunque ya no en primero. Y cuando entro por la puerta de tu casa echo de menos que me digas: “Hombre, Mario Conde, ¿qué tal?”. Con la respectiva bronca de amama [2], porque su nieta estudia la misma carrera que ese impresentable, pero no se parecen en nada. Tú la mirabas con esos ojos de enamorado que conservaste hasta el último de tus días.

Aitite, deseo con toda mi alma que Dios exista porque, de ser así, a ciencia cierta que estarás ahora campando a tus anchas por el cielo, con aquellos que te quisieron y que también se fueron, tal vez cazando malvices con tu aita por esos montes de Dios. Quiero que sepas que aquí te echamos mucho de menos, que a duras penas nos acostumbramos a vivir sin ti.

Nunca volverán tus bromas, aitite. Ante el mandato de tus hijas para que bebieras agua, tú contestabas: “El agua es muy mala, ¿no ves que ahí nadan las ranas?”, provocando el descojono general y la imposibilidad de echarte una bronca. “Mientras haya vino y bicarbonato…”, decías.

aitite-2_thumb9[1]

Aitite, nos seguimos reuniendo a comer los domingos, pero, cuando hay mejillones, nadie me cuenta los que como, para luego fardar de que su nieta la pequeña se come 30 o 40 ella sola. “¿Y dónde los mete?”, decías, con esa sonrisa tuya tan contagiosa.

Y sí aitite, mi aita [3] sigue sin parar por casa, como siempre, entre Barcelona e Ibiza, “¡Ay, si yo siguiera en Geis...!”, pensabas en voz alta.

Tienes otra biznieta: June, hermana pequeña de Malen. Otra chica, sí, aitite, igual que las ultimas trece para tu dolor de cabeza: “Que no, que no llegará varón a esta familia”. Y tú, en el fondo, encantado con tu matriarcado ortuellano [4].

Malen ya tiene 3 años, habla y habla y no calla, y Jasone está a punto de acabar sus estudios. Porque tenías razón: tu única pena era morirte sin vernos acabar la carrera a ninguna de tus nietas, y así fue. Pero no te preocupes, aitite, te las brindaremos todas a ti.

En septiembre, después de que te fueras, volvimos a ganar las elecciones, porque sí, aitite, si, nosotros siempre ganamos porque, como tú bien decías “somos los mejores”.

Por último, aitite, nunca olvidaré que “con diez cañones por banda, viento en popa a toda a vela, no corta el mar, sino vuela, un velero bergantín”.

Porque no, aitite, no eran galgos, que eran podencos.

Hasta siempre, aitite.


IMÁGENES: Arriba, Beatriz y su aitite Santos. Abajo, el aitite, Beatriz y su aita, a la puerta de casa.

[1] En vasco o euskera, “abuelo”.
[2] Ídem, “abuela”.
[3] Ídem, “padre” o “papá”.
[4] Gentilicio de Ortuella, nuestro pueblo en Euskadi.

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