sábado, 13 de mayo de 2017

Lectores

El barómetro publicado recientemente en España por el CIS (Centro de Investigación Sociológica), incluye un largo apartado dedicado a los hábitos de lectura de los españoles. El del vaso medio vacío destacará que el 35% de los españoles no lee “casi nunca” o, directamente, “nunca”. El optimista dirá que el otro 65% lee al menos “alguna vez al trimestre” y que el 30% más aficionado lo hace “todos o casi todos los días”.

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Dos de cada tres encuestados consideran que en España se lee “poco”, una media de unos 10 libros al año. En Finlandia, por citar uno de los países modélicos en este sentido, los libros leídos por habitante al año son 47 mientras que, en el lado opuesto, en Paraguay, la cifra desciende al 0,29, es decir, apenas un tercio de libro. El penúltimo de la lista, solo por delante de Corea del Norte… donde no debe haber mucho que leer.

Con frecuencia, los profesores tratan de inculcar en sus alumnos la afición a la lectura desde la escuela. Lamentablemente, no todos los padres apoyan como deberían a los maestros, estimulando en sus vástagos el apego a los libros y el interés por la palabra escrita. Reconozco que tuve mucha suerte, muchísima, en estos dos ámbitos.

En mi casa donde nací, todo el mundo leía a diario. Uno de mis tíos tenía una librería en un pueblo de al lado y, a falta de bibliotecas, había ideado un sistema de intercambio de libros que nos permitía acceder con facilidad, por un bajísimo precio de alquiler, a casi todos los estilos literarios. Añadan los libros que me aportaba mi tía peluquera, como ya les expliqué.

En el instituto, tuve la buena estrella de contar con un profesor, el Lic. Mendiola, que supo cómo inculcarnos, a una pandilla de alocados jovencitos, un desmedido amor por nuestra lengua y literatura sin olvidar, claro está, la ortografía, la gramática y la importancia de una buena redacción. Un par de veces a la semana, uno de nosotros leía un fragmento literario, en prosa o en verso, y el resto de alumnos debía averiguar el nombre de su autor: Cervantes, Quevedo, Lope de Vega o cualquier otro de nuestro poblado elenco de genios de las letras.

lectores 2La clase podía iniciarse con una lectura como esta: “Si queréis ir allá, a la casa del Henar, salid del pueblo por la calle de Pellejeros, tomad el camino de los molinos de Ibangrande, pasad junto a las casas de Marañuela y luego comenzad a ascender por la cuesta de Navalosa…” A fuerza de practicar, identificábamos al autor con notable éxito. En este caso, Azorín, de quien, por cierto, se cumplen en 2017 los 50 años de su muerte.

Actualmente, para ir a la casa del Henar, no hacen falta instrucciones sobre cómo llegar ni pedir al estudiante que comience a ascender por la cuesta ni que pase junto a las casas de no-sé-quién. No entenderá su necesidad. Sacará su teléfono móvil celular– y, con la ayuda de Google maps y su GPS, se presentará en la casa en un periquete, sin haber vislumbrado nada de la literatura de Azorín. No descubrirá nunca al genio que fue ni su gran valor estilístico ni su forma de escribir tan peculiar. Pero ¿a quién le importa todo esto en un país donde son otras las prioridades, a veces estúpidas, que captan cada día la atención de la gente?

En momentos de incertidumbre y crisis, la lectura debería adquirir mayor protagonismo. “No hay que refugiarse en ella, sino emplear su capacidad para modificar el estado de las cosas”, dice Ángel Gabilondo. Según el filósofo que quiso ser futbolista–, deberíamos utilizar el poder de la lectura para transformar la sociedad. Amén.


IMÁGENES: Arriba, leyendo en el metro (de Nueva York). Abajo, portada de la obra “Castilla”, de Azorín, a la cual corresponde el párrafo entrecomillado a su derecha.

3 comentarios:

Lourdes Ortega dijo...

Eres un ejemplo a seguir, ya que tienes buenas cualidades y costumbres.
Se te quiere suegro.
Un abrazo

Jesús V. dijo...

Pues ya está leída la entrada primaveral de tu blog 😊

Como siempre acertado comentario sobre la reducción de los hábitos de lectura. En España en particular este desinterés coincide con la degradación generalizada que el interés por la cultura despierta en una sociedad cada vez más preocupada por la forma que por el fondo, por el atajo que por el camino del sacrificio, por lo superficial que por lo profundo. Todo ello, caldo de cultivo para todo tipo de populismos, separatismos y otros -ismos que debieran estar más que superados si la gente leyera más y estuviera menos pendientes de redes sociales, programas de TV patéticos y otras fuentes de desinformación masiva que nunca deberían haberle ganado el terreno a una buena lectura.

En fin, haciendo un remix “sui generis” entre la frase del Cantar del Mío Cid -erróneamente atribuida al Quijote- y adaptándolo a lo que nos ocupa: “Cosas veredes, amigo Félix, que farán fablar las piedras ….”

Un abrazo y quedo a la espera de que tu talento bloguero destile su próxima y gota 😊

Jorge J. dijo...

Lo de Paraguay no me sorprende lo más mínimo. En cuanto a España, llevamos años así. Entre la televisión basura y los teléfonos inteligentes con el güasap o los otros programas que hacen lo mismo, ni leer ni escribir. La cultura de leer debe comenzar por los padres, continuar en el colegio, mantenerse en la universidad y seguirla a su final. Siempre hay algo nuevo que saber y aprender, y eso se consigue con la lectura que está al alcance de cualquiera y es gratis hoy en día con el Intetnet. Entre unos y otros nos estamos convirtiendo en incultos crónicos y analfabestias funcionales.