sábado, 9 de julio de 2016

Gaseados

Son casi las ocho de la mañana. Viajo en el vagón central del tranvía de la única línea que tenemos en Zaragoza, de Valdespartera al Parque de Goya, de sur a norte. Mi ruta: Plaza de Aragón – Escuela de Ingenieros

En el vagón, formando una taiga humana y ojerosa, una limpiadora de uniforme verde con los ojos rojos, una joven con una carpeta de cartón rosa en la que se puede leer “CV”, un postadolescente dándole al guasap, un sesentón de pelo cano que lee el ABC, dos tipos que, por sus pintas de ministros, no pintan nada en ecosistema tan gregario, y una predicadora con acento cubano, de alguna iglesia extraoficial y dramática: “¡Jesús te quiere! ¡Déjate amar o te condenarás!”, proclama extasiada.

Tranvía de Zaragoza

Rebasado El Corte Inglés, alguien se tira un pedo. Se sabe que ha sido un pedo, y no otra cosa, por los ceños fruncidos, las narices torcidas, las miradas nerviosas e inquisidoras. Hemos sido gaseados.

Algunos tramos de la línea del tranvía, cuando se mueve cerca del río Huerva, hieden ocasionalmente a desagüe y a muerte crónica, pero lo de ahora es una peste más viva, como más humana y digerida. El rostro de la predicadora muta, se demoniza. Parece que va a decir que la gente que se tira pedos en el tranvía irá directa al infierno, sin transbordos, pero no lo dice. La joven con la carpeta con currículos se la acerca a la nariz, refugiándose en el olor cálido de la tinta recién impresa.

El del ABC y el postadolescente, que ahora le está dando al Candy Crush o como se escriba, siguen a lo suyo. Permanecen hieráticos los pseudoministros o lechuguinos de alguna multinacional o lo que sean, augustos de terno y corbata. La limpiadora los mira, inspira con fuerza y pone cara de mala leche, tose y calla. Un anciano con acento manchego, del que no me había percatado antes, le dice a su nieto: “Si es que por la noche sienta mu' mal el gazpacho; a ver”. Nos miramos y nos reímos.

PC230145

La predicadora se gira hacia mí. Acojonado, le juro por Dios que yo no he sido. Atraviesa la muralla de carne ahumada un inmigrante desdentado y terroso que pide una limosna para dar de comer a los cuatro hijos que dice que tiene. Abofeteado por la toxicidad de la atmósfera, opta por no insistir en su reclamo económico.

Deja de oler a pedo en el Mercado Central, donde se bajan los pseudoministros o lo que sean. Se descojonan en la calle. No percibo qué le dice el de la derecha al de la izquierda. Sí lo que le dice el de la izquierda el muy cabrón– al de la derecha: “¡Que se jodan!”.

Mi amigo Lucas sostiene que hay que tener mucho cuidado con los tipos de corbata que, en cuanto pueden, efectivamente, te joden.

O como en este caso, te gasean.


IMÁGENES: Arriba, el tranvía de Zaragoza cruzando la Plaza de España en invierno, con los árboles como desplumados. Abajo, un icono en los moto taxis de Bangkok prohibiendo explícitamente la suelta de gases, es decir, tirarse pedos.

5 comentarios:

Unknown dijo...

jajajaj, me recordó una anécdota parecida en el metro de Moscú, solo que allí fue fuerte por el tema del subterráneo.......

Tomas Gomez Presa dijo...

Que bueno!!!! Saludos desde la Florida.

Humberto dijo...

Ahora te pregunto yo, Felix apreciado: si te dan retorcijones, cólicos y no puedes retener los gases, qué harías? Así si sea ante el Rey o el Papa: para barriga rompía, amistad perdía!!!
Pásala bien.

Ana E. dijo...

Gracioso tu relato sobre una situación desgraciadamente frecuente en nuestros transportes públicos...

Elías dijo...

Muy bueno Félix! Algo así como realismo mágico español? Un abrazo, Elías