Termina el verano del año 2525 aC. El Nilo se ha desbordado. La inundación mejora la navegabilidad del río y, para un hombre llamado Merrer, señala el momento de transportar la piedra hasta el lugar donde el faraón Keops El Déspota, segundo de la IV dinastía, está construyendo la Gran Pirámide de Gizé.
La navegación desde la cantera es de apenas unas 10 millas al sur, pero la pesada carga de piedra caliza dificulta la maniobrabilidad por un río desdibujado que aparece ahora tan vasto como un océano. Merrer es un hombre con experiencia en mar abierto y la flota de barcazas del faraón y los 50 obreros a su cargo están en manos seguras.
El lugar es un continuo trajín, un ir y venir de hombres en ruidosa y porfiada actividad. La pirámide quedará pronto recubierta con los bloques labrados a su sombra y cuando la piedra angular se coloque en la posición más alta de la construcción, el trabajo de Merrer habrá concluido.
Unos 4.540 años más tarde, la enorme planicie frente a la pirámide de Keops permanece silenciosa y desolada. Los vendedores de suvenires y perfumes falsificados, el camellero que ofrecía paseos a lomos de su camello a 6 libras egipcias la media hora, y los turistas, han desaparecido ahuyentados, primero, por el atentado suicida en el Museo de Arte Islámico de El Cairo –la más colosal colección de antigüedades egipcias del mundo– y, ahora, por el derribo de un avión ruso con más de 200 pasajeros sobre la península del Sinaí. Entre uno y otro no han faltado sobresaltos de variada intensidad.
Durante décadas, la Gran Pirámide fue lugar de obligada peregrinación para los turistas que visitaban el país. Las cenas con espectáculo, la danza del vientre interpretada por bellísimas bailarinas en los restaurantes típicos de la plaza de Tahrir o de la Liberación, y los románticos cruceros fluviales hasta la presa de Asuán, cosa corriente. Los hoteles bullían de actividad y en el lobby se hacían oír todas las lenguas del mundo.
Vivía yo en el barrio de Heliópolis, un entorno relativamente seguro por la cercanía de la residencia del presidente de la nación. Cada día viajaba hasta una pequeña ciudad llamada 6th October, a unos 40 kilómetros de El Cairo, erigida exactamente en medio de la nada absoluta, en pleno desierto. Me habían asignado un consultor egipcio, propietario del automóvil más destartalado y sucio que he visto jamás, cuyo motor nos obligaba a detenernos cada pocos kilómetros para rellenar de agua su radiador.
Una tarde, al ir a acomodarme en mi lugar en el auto, hice ademán de retirar un libro de tapas mugrientas colocado en el asiento del acompañante. El tipo aquel me sujetó el brazo con inusitada fuerza para impedírmelo y comenzó a increparme en árabe, a voz en grito, el rostro congestionado, completamente fuera de sí. Luego, más calmado, me explicó que aquel libro era el Corán y que yo, perro infiel, no podía tocarlo con mis manos impuras. Me dieron ganas de liarme a hostias con aquel imbécil pero me contuve, lo que no supuso óbice ni cortapisa para que me ciscara, por lo bajinis, en la putísima madre que lo parió.
Relaté el incidente al jefe de equipo, quien me adjudicó de inmediato un nuevo consultor llamado Ahmed, feliz propietario de un coche modesto pero decoroso y limpio, verdadero profesional, formalmente interesado en los avances del proyecto, en mejorar su inglés y en sacar adelante a su familia: una joven y encantadora esposa, que no tuvo inconveniente en presentarme, y dos niñitas gemelas de inmensos ojos negros, lindas como de cuento de hadas.
Ahmed, sin duda, pertenece a la honorable estirpe de los Merrer, dominadores del Nilo y constructores de pirámides. El otro, el ferviente lector del Corán, estará ahora integrado en alguna célula de terrorismo yihadista o violando mujeres en las filas del ejército islámico.
Suponiendo que un dron infiel e irreverente no le haya volado ya la cabeza.
IMÁGENES: Arriba, construcción de las pirámides. Centro, la española Dalilah [*], bailarina legendaria de la época dorada de la danza del vientre en Egipto, bailando delante de las pirámides durante el rodaje de la película “Keyf Ansak”, en 1957. Abajo, pirámides y camellero.
[*] Dalilah, cuyo verdadero nombre era Adelaida Angulo Agramunt, intervino en varias películas y programas de televisión desde 1952 hasta su repentino fallecimiento en 2001. A destacar su interpretación en Juana la Loca, poco antes de morir, y su show Arabesque. (Fotografía y datos tomados de Wikipedia).