domingo, 7 de junio de 2015

Mi tía y los libros

mi tía 1Mi tía Santa, que de tal tenía apenas el nombre, fue una profesional de la alta peluquería de la época, ejerciendo su saber y habilidades en un establecimiento de glamour y prestigio de la Gran Vía de Bilbao. Algunos peinados salidos de las manos –y el peine– de mi tía debieron ser verdaderas obras de arte, trabajos de fantasía, creatividad y pasarela, galardonados a nivel nacional e internacional. En una ocasión fue nombrada “peluquera española del año”, por su singularidad, elegancia y aporte de valor al oficio, según constancia en el diploma. La honorífica mención –dinero había poco– fue celebrada por todo lo alto, con la familia al completo, en la amplia mesa de la enorme cocina del caserío de mi abuelo.

Ponían su cabeza en manos de mi tía damas de la aristocracia bilbaína, “de alta alcurnia y –a veces– de baja cama”, como diría la cantante Cecilia, selecta clientela compuesta por señoras relacionadas, por la iglesia o no, con personalidades de la política, de la industria y de la cultura. Estas últimas y algunas de las otras, acudían ocasionalmente a la peluquería con un libro para entretener los casi siempre dilatados ratos de espera. Emocionadas tal vez con el nuevo look de su peinado o por simple distracción, algunas se olvidaban del librito y mi tía lo recogía y guardaba cuidadosamente, a disposición de la desmemoriada durante un tiempo prudencial. Este periodo solía extenderse hasta dos apariciones más de la interfecta por la peluquería y, si durante sus visitas no lo reclamaba, pasaba a engrosar la escueta e insignificante biblioteca de su sobrino, es decir, la mía.

tía 2Estoy escribiendo de los años 60 del siglo pasado, cuando la costumbre de leer no estaba tan extendida como ahora y los libros disponibles en el mercado eran pocos y caros, sobre todo caros para las posibilidades económicas de entonces. Además, la iglesia católica ejercía su dictadura y control sobre lo que debíamos leer o no leer los españoles a través de su index librorum prohibitorum: un listado de libros supuestamente perniciosos para la fe cuya eventual lectura o simple posesión garantizaba un lugar preferente y a perpetuidad en las calderas del infierno.

De un modo tan poco ortodoxo, me fui haciendo con títulos de temática muy diversa, algunos editados en México por aquello del index y la censura. Me emocioné con el dramatismo de Rebecca, de la inglesa Daphne Du Maurier; reí con el humor del italiano Pitigrilli en El pollo no se come con la mano; me impresionó la crudeza de la obra más importante de la posguerra europea en El tambor de hojalata, del Nobel alemán Günter Grass; tomé contacto con lo que se suponían “buenas costumbres” de la época en Consejos para las señoras de cierta edad, de la española Concha Suárez del Otero… y uno en especial que me impactó intensamente: El mito del nacimiento del héroe, del alemán Otto Rank, discípulo de Freud.

Libros

Se exploran en este libro los supuestos mitos y creencias sobre el nacimiento de ciertos héroes legendarios o mensajeros divinos, como el rey persa Cyrus, los fundadores romanos Rómulo y Remo e incluso Moisés, Buda y Jesús, por citar algunos. Una y otra vez, aparece el mismo patrón: un dios, una diosa o cualquier pareja sublime que trae al mundo a un héroe. Un oráculo, un sueño o una señal anticipan su llegada, a veces acompañado de una advertencia de peligro. Con frecuencia, el recién nacido es abandonado a su suerte en una cesta o barca flotando sobre el agua y, más tarde, rescatado y amamantado por animales o personas de extracción humilde.

Recientemente he conseguido, en librerías de viejo [1], hacerme con casi todos los títulos de aquella mi primera y precaria biblioteca, lo que me ha permitido volver a disfrutar, de nuevo y mejor, con su apasionante lectura.

Que el recuerdo que deja un libro es a veces más valioso que el libro mismo.


IMÁGENES: Arriba, peinado artístico. Centro, el temido “index”. Abajo, algunos de mis libros de aquella época, comprados ahora en librerías de viejo.

[1] Un librero de viejo es un comerciante que vende libros de segunda mano. Los más famosos son los buquinistas de París, que se encuentran en las riberas del Sena y, en Madrid, en la Cuesta de Moyano.

4 comentarios:

Ángel dijo...

¡Ah! Gracias por la aclaración. Me alegro que hayas disfrutado por esas cumbres irrepetibles de tu querido Pirineo. Y bueno es saber que has vuelto "entero", sin nada quebrado.

Isabel C. dijo...

Gracias Félix, me fascina leer tu blog, hace que me traslade a esas épocas de las que hablas.

Miraflores dijo...

Gracias Félix. Un enorme placer conocerte y poder leer tus cosas. Me encanta tu blog.

Gracias.

Imelda.

Asungar dijo...

¡Ay!, qué bonito escribes. Gracias por estos regalos, un fuerte abrazo.