sábado, 20 de junio de 2015

24 horas en Lima

Habíamos fijado Lima como punto de reunión antes de continuar al Machu Picchu, destino final de nuestras vacaciones de Semana Santa. Mi hijo Guillermo volaba desde Madrid y nosotros –Jorge y yo– desde Foz de Iguazú, donde  habíamos permanecido tres días admirando boquiabiertos las cataratas, incluido safari Macuco, el Parque das Aves, el show del Rafain y la represa de Itaipú sobre el río Paraná.

En Lima, nuestro plan era permanecer un día completo para visitar la plaza de Armas y sus alrededores, cenar en La Rosa Náutica y hacerme una foto en la iglesia del Pilar, en San Isidro, por razones que enseguida explicaré.

Pasadas las 11 de la noche fue ya imposible encontrar un establecimiento donde nos dieran de cenar, de modo que Jorge y yo –Guillermo llegó antes y ya estaba servido–, tuvimos que aguantar el tipo con el sándwich espartano, atención de LAN durante el vuelo. Menos es nada.

Lima.CatedralPor la mañana, la plaza de Armas –sitio fundacional de la ciudad y Patrimonio de la Humanidad–, amaneció tomada por el ejército, sin razón aparente ni información alguna, armados hasta los incisivos, como para repeler una eventual invasión alienígena. No pudimos acceder al centro, aunque sí pasear por su perímetro, admirando sus muchísimos balcones abiertos y cerrados, de la época colonial, que otorgan a la ciudad una hermosa y singular característica. Optamos por visitar la catedral, preciosa fachada y magnífico interior de varios estilos arquitectónicos. El convento de San Francisco, su museo, y las catacumbas de Lima son igualmente de obligada e inexcusable visita.

A la hora de almorzar elegimos “cocina fusión chino-peruana”, cuya opinión sobre su alquimia y supuesta quinta esencia culinaria me reservo para no herir susceptibilidades. Baste decir, por ejemplo, que el recipiente y la disparatada cantidad de sopa que nos sirvieron no tenían nada que envidiar, en volumen, a un orinal, bacinilla o vaso de noche tamaño XL.

Siguiendo con esto de la gastronosuya –de los peruanos, digo– no pudimos cenar en La Rosa Náutica porque no quedaban plazas libres. Me había empecinado en este restaurante dado que guardaba de él el mejor recuerdo de la cocina peruana, aparte de que el lugar, en la playa y sobre el océano, es de una belleza fuera de lo común. Elegimos Alfresco, muy cerca de nuestro hotel, y a fe que resultó una opción excelente: meseros muy amables y altamente profesionales que nos orientaron en nuestra elección y nos explicaron el origen, los detalles y el porqué de cada uno de los deliciosos platos de un equilibrado menú degustación.

zaragoza

Había prometido tomarme una foto en la iglesia de Nuestra Señora del Pilar, con la virgen al fondo, a la primera oportunidad que me diera la vida. Esta vez no me la concedió: la iglesia estaba cerrada a cal y canto y no pudimos acceder al templo de ningún modo. Mi interés por esa foto viene de lejos. Hace años, tal vez camino de los cuarenta, la imagen de la Virgen del Pilar existente por entonces desapareció de su pedestal, suponiéndose robada por algún desalmado.

La ciudad de Zaragoza –mi ciudad adoptiva– de la cual la Virgen del Pilar es su venerada patrona, decidió regalar una nueva imagen a la parroquia desvirginada y, con ocasión de una misión comercial a Perú se llevó a cabo su donación. Pues bien, yo fui uno de los tres elegidos para el solemne evento de la entrega oficial. Por desgracia, en aquella época no era tan común disponer de cámara fotográfica, de modo que me quedé sin recuerdo documental alguno de aquello que me pareció un acto tan singular y generoso. Quedo a la espera de una próxima oportunidad.

Lima. PizarroTeníamos asimismo el objetivo puesto sobre la estatua ecuestre de Francisco Pizarro, pero no supimos localizar su ubicación. Existen dudas de que el representado sea, efectivamente, el Pizarro fundador de Lima. Las discrepancias se centran en su casco emplumado –desconocido en los uniformes de la armada española de la época–, el gran tamaño de su caballo –los corceles españoles eran de menor alzada, muy veloces– y su espada que, durante la conquista, se fabricaban en acero de Toledo, mucho más ligeras y totalmente distintas de la que porta el jinete.

Termino con un texto de Sebastián Salazar Bondy, escritor peruano, en su ensayo Lima la horrible: “Lima se ha vuelto una urbe donde millones de personas se dan de manotazos en medio de bocinas, radios salvajes y otras demencias contemporáneas, para sobrevivir.”

Mis hijos y yo suscribimos el texto.


IMÁGENES: Arriba, catedral de Lima, patrimonio de la Humanidad. Centro, basílica de Nuestra Señora del Pilar, junto al río Ebro, patrona de la Hispanidad y de la ciudad de Zaragoza (España). Abajo, estatua ecuestre de Francisco Pizarro, del escultor norteamericano Charles Cary Rumsey. Existen tres estatuas iguales ubicadas en Trujillo (España), ciudad natal de Pizarro, en Lima, fundada por el conquistador, y en Buffalo, USA, frente al Albright-Knox Art Gallery.

domingo, 7 de junio de 2015

Mi tía y los libros

mi tía 1Mi tía Santa, que de tal tenía apenas el nombre, fue una profesional de la alta peluquería de la época, ejerciendo su saber y habilidades en un establecimiento de glamour y prestigio de la Gran Vía de Bilbao. Algunos peinados salidos de las manos –y el peine– de mi tía debieron ser verdaderas obras de arte, trabajos de fantasía, creatividad y pasarela, galardonados a nivel nacional e internacional. En una ocasión fue nombrada “peluquera española del año”, por su singularidad, elegancia y aporte de valor al oficio, según constancia en el diploma. La honorífica mención –dinero había poco– fue celebrada por todo lo alto, con la familia al completo, en la amplia mesa de la enorme cocina del caserío de mi abuelo.

Ponían su cabeza en manos de mi tía damas de la aristocracia bilbaína, “de alta alcurnia y –a veces– de baja cama”, como diría la cantante Cecilia, selecta clientela compuesta por señoras relacionadas, por la iglesia o no, con personalidades de la política, de la industria y de la cultura. Estas últimas y algunas de las otras, acudían ocasionalmente a la peluquería con un libro para entretener los casi siempre dilatados ratos de espera. Emocionadas tal vez con el nuevo look de su peinado o por simple distracción, algunas se olvidaban del librito y mi tía lo recogía y guardaba cuidadosamente, a disposición de la desmemoriada durante un tiempo prudencial. Este periodo solía extenderse hasta dos apariciones más de la interfecta por la peluquería y, si durante sus visitas no lo reclamaba, pasaba a engrosar la escueta e insignificante biblioteca de su sobrino, es decir, la mía.

tía 2Estoy escribiendo de los años 60 del siglo pasado, cuando la costumbre de leer no estaba tan extendida como ahora y los libros disponibles en el mercado eran pocos y caros, sobre todo caros para las posibilidades económicas de entonces. Además, la iglesia católica ejercía su dictadura y control sobre lo que debíamos leer o no leer los españoles a través de su index librorum prohibitorum: un listado de libros supuestamente perniciosos para la fe cuya eventual lectura o simple posesión garantizaba un lugar preferente y a perpetuidad en las calderas del infierno.

De un modo tan poco ortodoxo, me fui haciendo con títulos de temática muy diversa, algunos editados en México por aquello del index y la censura. Me emocioné con el dramatismo de Rebecca, de la inglesa Daphne Du Maurier; reí con el humor del italiano Pitigrilli en El pollo no se come con la mano; me impresionó la crudeza de la obra más importante de la posguerra europea en El tambor de hojalata, del Nobel alemán Günter Grass; tomé contacto con lo que se suponían “buenas costumbres” de la época en Consejos para las señoras de cierta edad, de la española Concha Suárez del Otero… y uno en especial que me impactó intensamente: El mito del nacimiento del héroe, del alemán Otto Rank, discípulo de Freud.

Libros

Se exploran en este libro los supuestos mitos y creencias sobre el nacimiento de ciertos héroes legendarios o mensajeros divinos, como el rey persa Cyrus, los fundadores romanos Rómulo y Remo e incluso Moisés, Buda y Jesús, por citar algunos. Una y otra vez, aparece el mismo patrón: un dios, una diosa o cualquier pareja sublime que trae al mundo a un héroe. Un oráculo, un sueño o una señal anticipan su llegada, a veces acompañado de una advertencia de peligro. Con frecuencia, el recién nacido es abandonado a su suerte en una cesta o barca flotando sobre el agua y, más tarde, rescatado y amamantado por animales o personas de extracción humilde.

Recientemente he conseguido, en librerías de viejo [1], hacerme con casi todos los títulos de aquella mi primera y precaria biblioteca, lo que me ha permitido volver a disfrutar, de nuevo y mejor, con su apasionante lectura.

Que el recuerdo que deja un libro es a veces más valioso que el libro mismo.


IMÁGENES: Arriba, peinado artístico. Centro, el temido “index”. Abajo, algunos de mis libros de aquella época, comprados ahora en librerías de viejo.

[1] Un librero de viejo es un comerciante que vende libros de segunda mano. Los más famosos son los buquinistas de París, que se encuentran en las riberas del Sena y, en Madrid, en la Cuesta de Moyano.