sábado, 30 de agosto de 2014

La espera

La espera 1Mirando al parque de frente, hacia donde sale el sol, desde la entrada sobre el puente del río Huerva, las hileras de árboles a izquierda y derecha del paseo central convergen hacia la escalinata de acceso al monumento a Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, que se perfila sobre el cielo deslucido de un verano que se va.

Si la mirada está coloreada con alguna melancolía, la visión podría sugerir varias interpretaciones. Frente a la entrada del parque, la plaza de Carlos V y la torre de la antigua feria de muestras permanecen indiferentes al tiempo y a la espera. Los rieles del tranvía, como los trazos paralelos de un dibujante, contornan el parque por uno de sus lados. En la esquina, las personas esperan.

Ella también espera, o cree esperar, o no espera nada. Su hombre, él, debería aparecer a la llegada del tranvía, pero la duda consume su alma de mujer. El amor, en los últimos tiempos, ha estado bailando sobre una cuerda floja: desencuentros, dudas, olvidos, silencios, indiferencia…

Hace como que mira pero, en realidad, no mira nada. Desea que él llegue a la hora que acordaron. Pero desconfía. Se traiciona para no ser traicionada. Quiere olvidar para no ser olvidada, y esa nostalgia profética le apaga al alma con un gris profundo e inevitable.

Imagina que aquella esquina del parque, dentro de unos años, ya no será la misma. Y esa certeza de que todo pasará, de que solo quedará el recuerdo, hace que se sienta profundamente sola, desamparada de sí misma. Mientras espera, imagina un entorno sin color, como una víctima más del moho del tiempo. El tranvía habrá dejado de existir y los automóviles pasarán sobre lo que fue su camino de hierro. Nadie esperará en la esquina: ni muchachas con minifaldas ajustadas ni mujeres con pantalones de lycra –ya no se llevarán pantalones de lycra– ni hombres fumando con el Heraldo en la mano.

La espera 2a

Comienza a desear con todas sus fuerzas que él llegue hoy, consciente de que tal vez sea esta la última oportunidad que les queda, antes de que el futuro ensaye los pasos fatales hacia el olvido inevitable.

El tranvía se detiene y el estómago de ella se retuerce y contrae como un caracol. Los pasajeros salen uno por uno hasta que el vehículo queda casi vacío. Ella anticipa el dolor de la mujer olvidada, el dolor persistente de promesas incumplidas. El tiempo no puede cambiar lo que mejor sabe hacer: fijar el punto en torno al cual giran y se voltean nuestras vidas.

Él, el último pasajero, desciende como un aliento rezagado del metal. Él, por fin, sobrevive al paso del momento, del instante esperado. La ve correr hacia él.

la espera 3

Ella le besa apasionadamente y él no entiende su entusiasmo, su explosiva felicidad. Su amor ha bailado sobre una cuerda floja en los últimos tiempos. Ella sigue besándole, segura de que así protege su amor en ese rincón del parque que ya no será nunca el mismo, redimido del temor de la espera y ausente de cualquier atisbo de melancolía.

Ahora caminan felices por el paseo central, ajenos a su entorno, como una acuarela romántica. Las hileras de árboles a izquierda y derecha inclinan sus copas a su paso en discreta reverencia al amor recuperado. Desde lo alto, la efigie pétrea de Alfonso I el Batallador perfila una real mirada de complacencia.

La tarde serena, el tiempo, se iluminan con la sonrisa del viejo rey de Aragón.


IMÁGENES: Arriba, Monumento a Alfonso I el Batallador, rey de Aragón (1073-1134), en el Parque José Antonio Labordeta de Zaragoza. Centro, tranvía de Zaragoza, línea única. Abajo, caminando juntos.

sábado, 16 de agosto de 2014

Racismo y otras injurias

Nadie nace odiando a otra persona por el color
de su piel, o su origen, o su religión.
(Nelson Mandela)

En aquellos felices años de mi infancia escolar, nuestro maestro, don Emilio Brull, autoritariamente calvo, nos impartía regularmente unas sabias lecciones sobre ciencias naturales extraídas de la enciclopedia escolar al uso, Bruño o Dalmau, con el apoyo de los dos solos, precarios y únicos murales de que disponíamos en el aula: uno sobre las plantas fanerógamas y el otro sobre la extracción de la resina del pinus pinaster, nada menos.

La otra lección recurrente versaba sobre las razas humanas. El asunto se suscitaba con ocasión del domingo mundial de la propagación de la fe o “Domund”, que la iglesia católica promovía y promueve aún, creo, para recolectar fondos con destino a las misiones y misioneros que despliegan su generoso apostolado en países que a nosotros se nos antojaban entonces en el mismísimo culo del mundo.

Racismo 1

Con este plausible fin, se repartían en las escuelas unas huchas reproduciendo la cabeza de un negro o de un chino, cada una de su color, todas con la necesaria ranura en la parte superior para introducir nuestro óbolo. Dos razas de las cinco que el bueno de don Emilio trataba de fijar en nuestras alocadas neuronas: blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada, estas dos últimas relativas a los indios americanos y a los aborígenes de Australia e islas de por allá.

No constituía reprobación alguna ni el color de las cabezas del Domund ni el hecho de que llamáramos negros a los negros. Ahora se nos acusaría de racismo alegando mil razones entonces inexistentes. Como si todo el mundo, hoy, debiera complacerse, por decreto, con la sopa de sobre, los sanfermines o los moros de la morería [1], por poner unos ejemplos. Años atrás, durante mis periplos por el, quiérase o no, “continente negro” [2], a mí me llamaban el blanco o le blanc o the white, según y dónde, lo cual me parecía lo más natural del mundo. Más bien timbre que baldón.

¿De dónde proviene pues eso de llamar “subsahariano” [3] a un negro bien negro del África negra…? Algún gilipollas iletrado, de encefalograma plano y –sin confirmar– mal llamado progresista, para que se vayan ustedes centrando, algún gilipollas de esos, digo, determinó un día que llamar negros a los negros era políticamente incorrecto y no se le ocurrió otra memez que el señalado eufemismo [4], alusivo a los que viven por debajo del desierto del Sáhara. Imaginen que a nosotros los europeos nos llamaran “suprasaharianos” o “supragibraltareños” o “suprapollas”, que también sería posible. Escándalo.

Racismo 3Recuerdo la batahola que montó Eto’o, negro como la antracita, cuando, en Zaragoza, amagó con abandonar el campo de fútbol porque le habían gritado: “¡negro!”. Intervino la autoridad deportiva y determinó que aquello era un acto de intolerable racismo y genuina xenofobia, sancionando al club por semejante infamia.

A Cristiano Rolando le recibían en casi todos los estadios con una cancioncilla que decía “Ese portugués, hijo de puta es”. Nadie medió en el asunto porque aquello nunca se consideró racismo. El bueno de Cristiano, industrioso en sus goles memorables, acabó pasándose la musical estrofa por el forro de sus mismísimos ovoideos gametos.

racismo 5

No hace mucho tiempo se ha armado otra buena porque a un tal Alves le tiraron un plátano y el futbolero, con ganas de hacer lo que mejor sabe, –teatro– se lo comió, pelado, en el mismo terreno de juego. No me parece mal su reacción. La ola de estupidez y sandios que nos inunda ha determinado que comerse un plátano es, al presente, un acto de rechazo al racismo, un icono, un símbolo antirracista que cuenta con el apoyo de determinados personajes de la televisión y la política.

A Figo le tiraron en Barcelona una cabeza de cerdo asada. Infieran lo que hubiera pasado si decide comérsela, sin prisas, antes de proceder al saque de esquina. O si hubiera sido negro.

Obviamente, racistas y racismo se desprestigian por si solos, sin necesidad de iconos ni políticos.


IMÁGENES: Arriba, las huchas del Domund (falta una raza). Centro, una “caricia” no racista al genial Ronaldo. Abajo, sí, pero algunos más que otros.

[1] “¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida, moro que en tal signo nace no debe decir mentira”. (Romance de Abenámar, siglo XV, autor anónimo).

[2] Vasco de Gama fue el primer europeo que circunnavegó África, en 1497. En los siglos posteriores, sus costas fueron muy exploradas, pero nadie se atrevió a poner un pie en el interior hasta bien entrado el siglo XIX. Así el miedo a lo desconocido está detrás del dark continent, traducido al español por “continente negro”.

[3] Correctamente utilizados, los términos “África negra” y “África subsahariana” hacen referencia a aquellos países del continente africano que no limitan con el mar Mediterráneo. No obstante, se discute si no sería más propio utilizar “sursahariano”, dado que no significan lo mismo uno u otro prefijo. Ver aquí algunos detalles sobre el tema.

[4] Los eufemismos son muy empleados en el discurso llamado “políticamente correcto” para evitar posibles ofensas a grupos de individuos o como instrumento de manipulación del lenguaje.

sábado, 2 de agosto de 2014

Serguei, carpintero

Después de unos pocos días en Asunción, acabo de llegar a Dubná (Дубна en ruso) [1], en el óblast de Moscú, en una tarde oscura, lluviosa y desapacible que no invita precisamente a abandonar el modesto hotelito de 45 euros/noche en el que residiré durante un par de semanas. Me distraigo ojeando en internet la prensa española, por si me inspira algo para la próxima entrada al blog, pero no encuentro nada atractivo.

Leo que los de la plataforma “Libres e Iguales” piden que se retire el tratamiento de “Muy Honorable” a Jordi Pujol, quien fuera presidente del gobierno autónomo de Cataluña. Ante el temor de una filtración, ha preferido confesar y pedir perdón por los problemas fiscales en los que está envuelto. Mantuvo en Suiza, durante más de 30 años, una supuesta herencia de su padre, aunque lo negara ante la prensa más veces que San Pedro a Nuestro Señor Jesucristo.

Tri- Pujol

Fuentes judiciales apuntan que la familia Pujol solo comenzó a movilizarse, para regularizar su situación ante la Hacienda española, a raíz de la publicación en El Mundo de la existencia de una cuenta en Andorra en la que, en un mes, la esposa del “muy honorable” y cuatro de sus hijos realizaron once ingresos por valor 3,4 millones de euros. Ciertamente, se perdió el “seny” com a característica de la societat catalana basat en un conjunt de valors ancestrals, o algo así.

Un poco más abajo dice el diario que un tal Sánchez de camisa blanca “aboga por el federalismo para cambiar España”. Igualito a lo que decía Rubalcaba, a quien los sindicalistos bailaron el agua [2] descaradamente por los favores recibidos.

TrivagosCierto que estos se apuntan a la Ruta Quetzal o a una expedición al Himalaya si hay marisco y albariño. Pero nadie explica qué es eso del federalismo y qué nos aportaría: cuáles son sus ventajas, primacías, méritos, virtudes, provechos, utilidades, estrategias, presupuesto... Ya la pringamos en su día con lo de las autonomías y sus comunidades históricas, déficits asimétricos y otras mandangas. No vayamos a joder de nuevo la marrana. [3]

Nada importante, como ven. Mejor lo dejamos y les cuento la historia de Serguei.

Había una vez un virtuoso carpintero ruso llamado Serguei que se ganaba la vida tallando los objetos más hermosos que uno pueda imaginar. Una mañana salió al bosque, a la taiga, a recoger madera, pero comenzó a nevar intensamente y, cuando se disponía a dar media vuelta, algo le llamó poderosamente la atención. Al acercarse comprobó que se trataba de un trozo de espléndida madera, la mejor que había visto en su vida.

Talló con ella una muñeca tan hermosa que decidió quedársela para que le hiciera compañía: “Te llamaré Matrioska“, le dijo. Cada mañana, se dirigía a su única compañera: “Buenos días, Matrioska”. Un día, la muñeca le respondió: “Buenos días, Serguei”. El carpintero se llevó un buen susto, pero se sintió muy feliz por tener alguien con quien hablar.

Matrioskas 1

Pasado un tiempo, el buen hombre notó que la muñeca estaba triste y decidió preguntarle por el motivo de su aflicción. Matrioska le contestó que anhelaba una hijita. “Tendré que abrirte para sacar madera de ti, y será muy doloroso”, le contestó Serguei, a lo que ella le replicó: “En la vida, las cosas importantes requieren siempre algunos sacrificios”. Ni corto ni perezoso, Serguei talló una preciosa réplica, más pequeña, a la que llamó Trioska.

Pero el instinto maternal se apoderó igualmente de Trioska, y Serguei accedió a que ésta tuviera –cómo negárselo– otra hijita. Esta vez se llamaría Oska. Pero Oska también quería descendencia. El carpintero comprobó que apenas quedaba madera dentro de Oska. Tras reflexionar un rato, talló un muñeco varón diminuto al que bautizó como Ka. Entonces, metió a Ka dentro de Oska, a Oska dentro de Trioska y a Trioska dentro de Matrioska. Un triste día, Matrioska desapareció misteriosamente con toda su parentela. Serguei quedó desolado.

Si alguna vez encontráis a Matrioska, Trioska, Oska y al pequeño Ka, avisar a Serguei enseguida, y no dudéis en colmar de cariño a sus muñecos.


IMÁGENES: Arriba, viñeta de Gallego & Rey en el diario “El Mundo” del 03/07/2014. Centro, Twitter presenta a Los Trivagos (“El Referente” del 16/03/2012). Abajo, muñecas Matrioska en el Izmailovo Market de Moscú. La foto es mía.

NOTAS:
(1)
Dubná es una ciudad de unos 60.000 habitantes a 125km al norte del oblast de Moscú. Se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial a partir de uno de los centros de investigación nuclear más grandes del mundo. La decisión de construir un acelerador de protones fue tomada por el gobierno soviético en 1946. El emplazamiento de Dubná fue escogido a raíz de su aislamiento relativo de Moscú y de la presencia de la central eléctrica de Ivánkovo. El nombre del elemento 105, el dubnio, se deriva del nombre de la ciudad.
(2) “Bailar el agua” es una expresión que significa halagar, adular, someterse o adelantarse a los deseos de otro. En Andalucía, las criadas regaban y salpicaban los patios y corrales para que estuvieran frescos cuando llegara el amo. También aparece en El Quijote, en boca de Sancho: “… y que yo no he de estar obligado a otra cosa que a mirar por su persona en lo que tocare a su limpieza y a su regalo, que en esto yo le bailaré el agua delante" (Capítulo IV, 2ª parte)
(3) “Joder la marrana”. Esta expresión nada tiene que ver con el nombre de la hembra del cerdo o chancho. Se denomina “marrana” al eje de la rueda de la noria de los antiguos molinos de grano por el ruido que produce al girar, semejante al gruñir del animal citado. Antaño era habitual que, tras las labores de recogida del grano, se amontonasen los labradores en los molinos, produciéndose con frecuencia disputas acerca de quién debería moler primero, para así vender antes su harina. Era frecuente que, a quien no le parecía adecuado el orden que le correspondía en el reparto de los turnos, tiraba al descuido piedras, palos o cualquier otro objeto, para interrumpir el giro de la noria del molino y así “joder la marrana”.