En aquel paraíso –comunista– nunca faltaron las manzanas. Venían de Kazajistán, una república soviética al sur de la URSS cuya capital, Almá-Atá [1], significa en ruso “padre de las manzanas”. En la región, distinguida como el hogar ancestral de esta fruta, hay una gran diversidad genética de manzanas silvestres, una de cuyas variedades [2] se considera probable candidato para el ancestro de la manzana moderna. Las que crecían al noreste de la capital, cerca de la principal instalación de ensayos y pruebas nucleares soviética, llegaban al mercado con cierta carga radiactiva, aunque las autoridades nunca se preocuparon ni advirtieron de ello a la población consumidora.
En aquel paraíso –comunista– tampoco faltaron nunca remolachas, zanahorias y algunos tubérculos y raíces que se vendían a la salida de las estaciones del metro en precarios y abigarrados puestos de hoscas campesinas, pregonando sobre la nieve helada la excelencia de su mercancía siempre fresca, claro está, con las manos forradas con un par de capas de guantes de lana. En estos puntos podía uno tomarse un reconfortante caldo vegetal, servido calentito en un cuenco de higiene más que dudosa, o engañar al estómago con alguna empanada o pirozhki de inidentificable composición. Vegetales y tubérculos se vendían con la tierra adherida al producto y sin prescindir de las hojas que, convenientemente cocinadas, pasarían a formar parte del borsch, solianka o cualquier otra sopa, primer plato de consumo diario.
En aquel paraíso que digo –comunista– vivían mi amigo Nikolay y su esposa Lena. Ella, una rusa del Volga obsesionada por la salud y por cuantas pócimas prometen eliminar arrugas y prolongar la juventud. Él, nacido entre los manzanos de Alma-Atá y educado en Moscú, antiguo director general del extinto Consejo de Asuntos Religiosos, un organismo destinado a “ayudar a las organizaciones religiosas a mantener contactos internacionales, a participar en la lucha por la paz y a fortalecer la amistad entre los pueblo” [3]. Desde el otro lado: “un centro para captar las voluntades de popes, pastores y sacerdotes occidentales en favor del comunismo“.

Nikolay, cesante desde la disolución de la URSS, tenía demasiados lazos con el antiguo régimen como para conseguir un trabajo en el nuevo. Jubilado a pesar suyo, recibía una pensión que apenas bastaba para que su esposa y él sobreviviesen algo más de una semana. Para llegar a fin de mes, debía desempeñar mil actividades: ajedrecista profesional, marchante de arte moderno, mediador en adopciones y apicultor. Eso sí, en compensación por los años trabajados, tras aguardar turno en interminables listas de espera, tenía derecho a disfrutar de unas vacaciones familiares gratuitas en residencias estatales a medio camino entre la mugre y la ruina.
Lo que más llamaba la atención en su rostro eslavo eran los ojos, increíblemente azules e impenetrables. Reía poco y si lo hacía no iba más allá de un mohín irónico. Sus aires de cosaco me recordaban el comentario de una colega cubana trasferida a la URSS: “Al llegar a Moscú todos los rusos me parecieron osos a punto de darme un zarpazo en la yugular, pero cuando descubrí que el alma eslava y el alma latina comparten sentimentalismo y emotividad, me sentí como en casa“. La inexpresividad facial del plantígrado no desmerecería de la contención taciturna de mi amigo. Tanta que muy bien podría ocultar un pasado repleto de zarpazos.
Nikolay, capaz de echarse al coleto sin respirar un vaso alto de vodka con chiles, acaba de morir en su miserable apartamento del paraíso –comunista– en el que vivió, lejos de los manzanos que le vieron nacer.
Descanse en paz.
IMÁGENES: Arriba, sopa de remolacha; abajo, edificios de apartamentos: los “palacios comunistas” de la URSS profunda. De vez en cuando, funcionarios del gobierno retiraban los carros repletos de basura y desperdicios domésticos. [1] Almá-Atá en ruso o Almatý en kazajo, fue capital de Kazajistán hasta 1998, cuando la capitalidad de la república se trasladó a Astaná.
[2] Malus sieversii.
[3] Según la Gran Enciclopedia Soviética, 3ra. edición, 1978.